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Todos los jefes quisieran ser amados, pero sólo algunos lo consiguen, pues no es fácil compaginar la exigencia y el control, propios de la condición ... de jefe, con la amabilidad y el buen trato que llevan al amor de los subordinados. Definiré como 'amado jefe' –y no me refiero al jefe de una pequeña empresa o de un negociado funcionarial, sino al Jefe (con mayúscula) de un gobierno, de un país, de una nación– a aquel gobernante a quienes sus seguidores idolatran y siguen ciegamente, aunque no sean la mayoría del censo, y del que jamás ponen en duda sus opiniones. Es fácil ser 'amado jefe' en las dictaduras, pues no está permitida otra cosa que no sea el aplauso servil o el silencio, pero en las democracias es muy difícil, casi imposible, ganar esa condición, porque la crítica es consustancial a los demócratas, así como la crítica interna lo es a los partidos. Todos los dictadores han sido 'amados jefes' mientras han mantenido el poder, pero no recuerdo ningún caso entre los presidentes de gobiernos democráticos; pudo haberlo sido Felipe González, pero tuvo contestación interna cuando decidió entrar en la OTAN y en otros asuntos, pues aquel PSOE era un partido con espíritu crítico. Sorprendentemente, ha aparecido un gobernante que se ha erigido en el 'amado jefe' de las bases de su partido, o eso parece. Llama la atención cómo son aplaudidos sus 'cambios de opinión', la forma en que sus seguidores abrazan, en masa, las nuevas doctrinas, aunque puedan ser contrarias al reciente programa electoral o, como dijo González, a las posiciones del último congreso; la manera de interpretar lo que parecería un chaqueterismo interesado como una muestra de clarividencia, sólo al alcance de los elegidos.
Lo que sólo se daba en las dictaduras parece que se da en nuestra democracia: el jefe dice que es negro, lo que hasta ayer era blanco y sus seguidores aceptan entusiasmados la negritud. Se puede entender que ministros, cargos y aspirantes a ellos acojan con aparente entusiasmo los cambios doctrinales –el puesto es el puesto y el comité federal lo componen estos aspirantes–, pero, que lo hagan los militantes de base cuesta más entenderlo. Extraña el silencio, cuando no el entusiasmo, ante cambios radicales: Sahara para Marruecos, amnistía, blanqueo de los que aplaudían el asesinato de sus compañeros... ¿Es que el poder lo justifica todo? Es como si el fin justificara los medios, lo cual daría carta de naturaleza a las mayores barbaridades de la historia.
Circulan por las redes declaraciones del señor Sánchez y de sus ministros, en la campaña electoral de hace apenas dos meses, comparándolas con las totalmente opuestas de ahora, que ya no hay campaña. Se pasa mucha vergüenza ante tanto engaño a los electores. ¿Ellos no la pasan? Aunque sea ajena.
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