La próxima elección presidencial en la primera democracia del mundo tiene todas las trazas de convertirse en una repetición de la de 2020: Joe Biden contra Donald Trump, un duelo cansino entre dos candidatos que se resisten a la jubilación y todavía quieren decir su ... última palabra. El actual presidente ha confirmado esta semana lo que era un secreto a voces. Se presenta «para terminar el trabajo que ha empezado» y defender la democracia frente a la amenaza populista y nacionalista que encarna su rival. A pesar de lo que está en juego, la salud de la república, el anuncio no ha despertado grandes entusiasmos. Biden tiene a favor hacer campaña desde la Casa Blanca. La inercia electoral suele llevar a otorgar dos mandatos, y no solo uno, a los presidentes. Para él, se trata no tanto de ganar si no de no perder. Sin embargo, sus índices de popularidad son bajos. No ha conseguido su principal objetivo, hacer disminuir la polarización, es decir, la profunda división del país en dos mundos paralelos y enfrentados. La política sigue siendo tóxica. A cambio, Biden ha sido capaz de impulsar la economía, mediante la aprobación de varias leyes de estímulo económico, con efectos proteccionistas en el resto del mundo, y ha frenado la marea republicana en el legislativo.

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El principal éxito que puede exhibir ha tenido lugar en política exterior, el acierto de tejer y encabezar una coalición de cuarenta países que frene la agresión rusa en Ucrania. En casa, el 70% de los ciudadanos piensa que a sus más de ochenta años no debería aspirar al trabajo más extenuante del mundo. Por eso el demócrata favorito ha resaltado en su anuncio la figura de la Kamala Harris, con la que volverá a hacer equipo. La vicepresidenta es muy eficaz haciendo campaña, pero sus dotes para gobernar no son comparables a su destreza en los mítines, algo que preocupa en el caso de que tuviese que tomar ella las riendas de la presidencia. Carece del instinto pragmático de su jefe. Harris atrae el voto de mujeres, jóvenes y miembros de la minoría afro-americana, todos ellos muy importantes para frenar a Trump, un aspirante a candidato sin reglas. El expresidente quiere la revancha y utiliza la larga lista de causas judiciales que tiene pendientes a su favor, como si fuera una víctima del sistema. Lo más sensato es que Joe Biden hubiese dado un paso atrás para apoyar a un candidato demócrata joven y moderado. Pero el poder es adictivo y cambia incluso a alguien tan experimentado como el actual presidente.

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