La visita de varios dirigentes europeos a Beijing para instar a Xi Xinping a contribuir a la paz en Ucrania ha tenido resultados modestos. Es tentador buscar el contraste con el terremoto geopolítico que en 1972 provocó la apertura de Estados Unidos a este gigante ... asiático. Richard Nixon, recién reelegido presidente, tuvo la osadía de inaugurar con Mao Tse Tung una nueva etapa en las relaciones bilaterales y consiguió separar a las dos grandes potencias comunistas. El político californiano entendió que las tensiones entre los guardianes de la ortodoxia marxista eran mayores de lo que parecía. A través de Henry Kissinger, preparó el terreno para ofrecer a China un papel internacional realzado y la garantía de que Taiwán sería considerado parte de su territorio. El antiguo profesor de Harvard siempre dio mucha importancia a las redes académicas que cultivó toda su vida. En conferencias anodinas en Polonia o Checoslovaquia en la década de los sesenta, varios colegas soviéticos le habían confesado su miedo a que un día una China muy nacionalista rompiera con Rusia. Unos años después, Kissinger sirvió esta victoria diplomática a su presidente. De este modo, Nixon consiguió cambiar el tablero de juego de la guerra fría.

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Su apuesta por China facilitó el final de la guerra de Vietnam y también los tratados de limitación de armamento nuclear con la Unión Soviética. Pero debilitó la alianza de Estados Unidos con Japón, que se sintió traicionado por su principal socio. Algunos autores explican que Nixon se volcó en fortalecer el status internacional de Estados Unidos por su desconfianza en la población norteamericana, a la que no veía capaz de mantener el apoyo al gobierno en una confrontación global de valores e ideas. El presidente había ganado las elecciones por un margen muy estrecho y se sentía ajeno a las protestas estudiantiles y a la reclamación de todo tipo de derechos por parte de muchos jóvenes. Aspiraba a representar a una mayoría silenciosa de ciudadanos conservadores, contraria al multiculturalismo en ascenso. Cincuenta años después es posible que nos encontremos en los aledaños de una nueva guerra fría, en palabras del propia Kissinger. El bloque chino-ruso se ha consolidado tras la invasión de Ucrania y, como hemos visto hace poco, es Xi Jinping el que aspira a dividir la coalición occidental que encabeza Washington. No creo que tenga éxito su cortejo a algunos europeos que buscan un plus de protagonismo internacional. Hemos entrado en una nueva era global, en la que la seguridad es el bien más preciado, y la dependencia del viejo continente respecto a su aliado atlántico es altísima.

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