Dos semanas después de la rebelión del grupo Wagner, Vladimir Putin ha puesto en marcha todas las medidas posibles para apuntalar su poder. Ha comenzado una purga en los altos mandos del ejército, ha subido el sueldo a sus soldados, ha puesto bajo el control ... de sus generales a los mercenarios que quedan en Rusia y ha desplegado una campaña de imagen para aparecer cercano y amable ante sus súbitos. El dictador vio tambalearse por unas horas su control férreo del país y ahora quiere despejar cualquier rastro de debilidad. Putin aspira a dejar atrás la intentona golpista y concentrarse en su estrategia de ganar la guerra contra Ucrania a través del mayor desgaste y cansancio del contrario. Por ahora, la nación invadida resiste con heroicidad y se vuelca en una contraofensiva que aún no ha conseguido sus objetivos.

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Es muy reveladora la reacción dispar fuera de Rusia ante la revuelta de los Wagner. Muchos europeos expresan abiertamente su temor de que después de Putin llegue al Kremlin alguien todavía peor, incluso capaz de utilizar armas nucleares contra sus enemigos. Estas voces quieren forzar un alto el fuego, dar una cierta salida al agresor y rebajar la posibilidad de que Ucrania tenga derecho a decidir qué paz quiere. Prefieren limitar el envío de armamento cada vez de más envergadura. En Estados Unidos, sin embargo, ha aumentado el apoyo de legisladores republicanos y congresistas a Kiev. Piensan que las armas y la inteligencia compartida van a dar mejores resultados, ante un ejército ruso con graves carencias y una cúpula dividida. Esto no quiere decir que en la cumbre de la OTAN de los próximos días en Vilnius se acelere la entrada de Ucrania en la alianza atlántica. Sería una operación muy arriesgada mientras no se resuelva el conflicto a favor del país agredido, se estabilicen sus fronteras y comience la reconstrucción. En China, por otro lado, crece la preocupación ante la debilidad de Putin, un aliado incapaz de controlar eficazmente a sus fuerzas armadas que externaliza en un grupo mercenario sus operaciones más estratégicas. El régimen de Beijing no va a dar marcha atrás a la «alianza sin límites» que ha firmado con Moscú. Pero se prepara para cualquier desenlace, incluyendo la eventual caída del dictador ruso, y solo entiende esta relación con su vecino asiático en términos de vasallaje. Vladimir Putin, por su parte, está dispuesto a todo para prolongar su propia versión de la fábula 'Rebelión en la granja' de George Orwell, en la que el poder se mantiene gracias a los enemigos externos y a la eliminación sistemática de los rivales.

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