Dentro de unos días se cumplirá un año de la invasión de Ucrania. Muy pocos la esperaban y nadie anticipó sus enormes consecuencias globales. El conflicto ha costado miles de vidas, ha complicado la recuperación económica tras la pandemia y ha acelerado la rivalidad entre ... la alianza chino-rusa y el bloque occidental, que ahora incorpora a importantes países de la región del Pacífico. Europa ha despertado de un largo ensimismamiento geopolítico. La reacción tanto de la Unión Europea como de sus Estados miembros ha sido muy positiva. Queda no obstante mucho por hacer para que Europa se transforme en un actor de peso en cuestiones de seguridad y defensa y pueda proyectar eficazmente sus valores y proteger su modo de vida. Josep Borrell se ha convertido en un verdadero estadista, capaz de movilizar a fondo las capacidades de la Unión para frenar a Rusia, al mismo tiempo que denuncia con lucidez sus carencias y titubeos. «Hay que ganar la guerra para ganar la paz», ha dicho esta semana ante el Parlamento europeo, en uno de los mejores discursos que se han escuchado desde hace mucho tiempo en el hemiciclo de Estrasburgo.
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El conflicto se acerca a un momento crítico: ambos contendientes lanzan ofensivas para cambiar la dinámica de una guerra de atrición, capaz de cronificarse muchos años. La temida fatiga europea, acompañada de divisiones y bloqueos internos, puede llegar finalmente si Estados Unidos no ayuda más a un continente que sufre mucho más que ellos las consecuencias del expansionismo ruso. Washington atraviesa un buen momento económico, pero su política sigue siendo tóxica. El único asunto que une a republicanos y demócratas en política exterior es la rivalidad con China y la necesidad de contener su ascenso como superpotencia. Este consenso ha quedado reflejado en el hecho de que las dos cámaras legislativas han aprobado resoluciones por unanimidad condenando las actividades de los globos espía chinos.
Sobre Rusia, los republicanos tienden a pensar que Europa debe hacer más. La mayoría de la población norteamericana no percibe al régimen de Vladímir Putin como una amenaza. Un buen número de estadounidenses aceptarían un final de la guerra con concesiones territoriales a Rusia. Pero un Putin crecido y con sensación de victoria, después de la humillación por la que ha pasado este primer año de guerra, sería muy peligroso para la vecindad europea. El dictador ruso no tiene rivales ni contestación interna y puede actuar con una visión a largo plazo, que sacrifique aún más vidas, así como la prosperidad de su país. Europa debe mirar también con luces largas y no cejar en su objetivo de ganar la paz.
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