La integración europea ha progresado durante más de setenta años basada en el entendimiento entre Francia y Alemania. El eje París-Berlín hacía de motor de la unidad europea, sin que fuera determinante la personalidad de quien ejercía en cada momento la presidencia de la ... república o la cancillería. Pero las locomotoras han dejado de funcionar, justo al principio de una etapa histórica en la que es más necesario que nunca reforzar el proceso de integración. La invasión de Ucrania ha dejado en evidencia la falta de autonomía estratégica del continente en asuntos de defensa y suministro de energía. La creciente rivalidad entre EE UU y China pone en el centro de las preocupaciones la seguridad y no la prosperidad económica. La negociación de las nuevas reglas de la globalización ha comenzado. Europa debe encontrar su sitio en un mundo dividido y dar pasos acelerados para convertirse en un actor global eficaz. Ante el gran reto de la inteligencia artificial y otros aspectos centrales de la revolución digital, se ha quedado atrás. A cambio, la Unión Europea es la vanguardia en la lucha contra el cambio climático, sin garantías de que los demás le sigan.

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Un problema serio es que la sintonía entre los dos grandes países europeos, Francia y Alemania, es muy limitada. Emmanuel Macron y Olaf Scholtz no se entienden, por muchos esfuerzos que hagan sus equipos diplomáticos. El francés quiere aprovechar su segundo mandato para pasar a la historia como un reformista en el ámbito doméstico y dejar su huella en Europa. Su visión internacional es cada vez más gaullista, en un intento de separarse de EE UU en su escalada frente a China y liderar a los europeos desde posiciones nacionalistas. El primer ministro alemán dedica sus mayores esfuerzos a gestionar un gobierno tripartito complicado. La industria alemana ha reducido su subordinación energética a Rusia pero es muy dependiente de China, justo cuando se ha hecho necesario modificar las cadenas de suministro para restar poder a la gran potencia asiática. Además, la legislación proteccionista norteamericana impulsada por Joe Biden ha desencadenado una guerra de subsidios verdes que Berlín sabe que no puede ganar. Scholz anunció hace quince meses un giro histórico en cuestiones de seguridad, que resulta muy difícil de ejecutar dada la mentalidad pacifista de su sociedad. Ha decidido comprar aviones y armamento a EE UU, una decisión que choca con el proyecto en marcha de poner en pie una defensa europea. Resulta imprescindible que París y Berlín vuelvan a impulsar la integración del continente, pero por ahora nadie sabe cómo se vuelve a arrancar el motor.

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