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Entre los rasgos de color con los que se nos adorna el casco antiguo de Logroño a los que lo habitamos no pasa desapercibida la ... presencia de peregrinos, visibles pronto por las mañanas cuando emprenden la etapa del día, o cuando descansan y se esparcen por la Plaza del Mercado llegada la tarde (del colorido de la noche, que merece su capítulo, ya hablaremos en otra ocasión si eso). Al verlos más o menos cansados o expansivos, formales o enchanclados, iluminados o simplemente contentos, me ha venido alguna vez a la cabeza uno de los diálogos de Erasmo (publicados aproximadamente cuando lo del sitio de Logroño allá por 1521).
Recrea en su breve texto el de Róterdam un encuentro casual de dos amigos que no se veían hacía tiempo. Van hablando y resulta que ambos han tenido la experiencia reciente de la peregrinación. El primero ha ido a Jerusalén: se queja, decepcionado y un poco molesto, de que lo que enseñan en Tierra Santa da la impresión de ser todo falso y fabricado para sacar dinero a los peregrinos, pero tiene como consuelo, eso sí, que va a poder disfrutar, presumiendo con amistades y con quien se deje, al relatar todo tipo de anécdotas exageradas e inventadas acerca de lo que en realidad no le ha ocurrido en su viaje. El otro amigo le gana: no ha ido a un solo lugar sino a dos, Roma y Santiago de Compostela. Todo, explica, porque durante una reunión de amigotes en la taberna se fueron calentando a medida que aumentaba el consumo de vino: «¿Qué? ¿Que no hay narices de ir de peregrinación?» «Hombre, pues claro que sí, más faltaría.» «¿Pero a dónde?» Unos preferían ir a Roma, otros a Santiago, sin que se llegara a acuerdo. «Pues solucionado: a Roma y a Santiago.» «¿Y cuándo salimos?»
«Mañana mismo.» Y allí que fueron, cuenta entre avergonzado y entristecido el personaje: no sacaron ningún beneficio y tres murieron por el camino.
Hoy, quinientos años después, no se dan esos riesgos, y entre las escuelas del peregrinismo las hay más rigurosas (camino entero, desde Roncesvalles, y siempre a pie) o más laxas (vale hacerlo por tramos a lo largo de varios años y es de perezosos pero no heterodoxo que una empresa traslade el equipaje de etapa a etapa). No pertenezco al número de los seducidos por la mística del camino (ni por ninguna mística), pero visto que comienza otro traumático San Mateo (hablo desde la perspectiva del residente en el casco antiguo), dentro de pocos días emprenderé mi casi obligada peregrinación extrariojana, cumpliendo así con una tradición tan asentada en las fiestas de la ciudad como la de las degustaciones: huir, si se puede, del fragor mateo hacia destinos predominantemente mediterráneos. Viva San Mateo, pero que viva un poco más lejos.
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