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A quién no le gusta sacar un buen ejemplo del mundo antiguo para aplicarlo al presente, reflexionar con solemnidad sobre lo sabios que eran los ... griegos o los romanos, comprobar lo poco que ha cambiado el ser humano en dos mil años y lamentarse alegremente del estado actual de las cosas (las que sean)? Abandonémonos, pues, una vez más, a ese ejercicio. Esta vez no acudiremos a los romanos del Imperio, tan manoseados para extraer enseñanzas que casi siempre respaldan posturas conservadoras o reaccionarias, sino al mundo griego. Tampoco nos zambulliremos en textos de graves filósofos: vayamos por el contrario a la esfera del humor más auténticamente humorístico, la del chiste absurdo. Anécdotas graciosas, ocurrencias y juegos de palabras los hay a montones desperdigados por obras diversas, claro, pero los azares de la transmisión de los textos nos han hecho llegar además una colección única de doscientos y pico chistes, en la que hay material compilado desde el siglo IV d. C. en adelante. Tiene el obvio título de lo que en castellano sería algo así como «El chistoso» (en griego «Philogelos», literalmente «el aficionado a la risa» o «el que gusta de reír»), y en ella encontramos chistes que nadie diría que tienen tanta edad.
Va uno al médico y le dice que, al levantarse por la mañana, tiene dolores de cabeza durante media hora, pero que luego desaparecen. «Pues levántese media hora más tarde», le contesta el doctor. Se está celebrando un funeral de alguien notable y hay gran concurrencia; se acerca uno a la multitud y pregunta: «¿quién es el muerto?». «El del ataúd», le responden. Había dos hermanos gemelos, uno de los cuales se muere. Va uno, se encuentra con el que vivía y le pregunta: «¿te has muerto tú o tu hermano?».
Pero el que me parecía el otro día que se podía aplicar a algo que nos pasa es el siguiente: están operando a un paciente que grita terriblemente por el dolor de la intervención; el cirujano, apiadado, le dice que no se preocupe, que ya va a cambiar de bisturí y a usar otro menos afilado (con la lógica irreprochablemente cómica de que, si lo que produce el dolor es la incisión, a menos filo, menos dolor).
¿Y a qué vendría esto? A lo de la desafección política del ciudadano, los populismos conservadores, la tentación del votante airado y todo eso que tan bien conocemos y que, desgraciadamente, parece que vamos a conocer mejor. Queremos que nos duela menos, nos quejamos y alguien viene con una solución que supuestamente hemos pedido y que empeora la situación.
No es –nada más lejos– que los partidos al uso sean afilados instrumentos de ejercicio político, pero la idea absurda de que una hoja roma es menos dolorosa, creo que ilustra la paradoja en la que estamos. Y ya que salida no se ve, podremos reírnos del chiste, digo yo.
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