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Estos días de pleno verano son de esos en los que hay que aguantar por encima de lo habitual, entre las temperaturas disparadas, los padecimientos ... propios de las vacaciones y cada cual sabrá qué más. Por eso puede uno verse tentado de buscar por ahí alguna instrucción que le ilumine sobre cómo cumplir con más perfección la inevitable disciplina del aguante. Se da entonces fácilmente con libros, blogs, pódcast y otros productos centrados en exaltar las enseñanzas de los filósofos estoicos antiguos. Libros que incluso se encuentran sin buscarlos al entrar en librerías; páginas y mensajes que nos asaltan al navegar sin rumbo fijo.
Entre las ideas de los estoicos, la más visitada –con razón– vendría a defender que la vía hacia la felicidad pasa sobre todo por el dominio de las emociones y de los deseos, con el propósito de ir instalándose en un estado (la 'ataraxia' o imperturbabilidad) en el que nos afecte lo mínimo posible todo aquello que escapa a nuestro control.
De los muchos estoicos que hubo (su escuela estuvo abierta más de 800 años) solo nos quedan textos completos de tres figuras: el emperador Marco Aurelio (barbón, sereno y ecuestre), el cordobés Séneca (filósofo muy acaudalado a quien su jefe Nerón no le dejó retirarse de la primera línea de la política) y Epicteto, que es menos conocido y resultón que los otros dos (al fin y al cabo, era esclavo y admirador de Diógenes el cínico).
Por ahí va la primera pega a tanto estoicismo: no puedo evitar pensar que la amplia oferta en librerías y otros medios lo que consigue es adular al narcisista que todos somos y permitir que, tras aguantar lo que nos echen, nos veamos como un sereno emperador romano que se domina a sí mismo o como un filósofo que se mantuvo firme hasta el momento del suicidio, solo por habernos asomado a una autoayuda banal barnizada de prestigio romano y a haber practicado un mindfulness chato pero con toga.
Mi otro reparo tiene que ver con la renovada preocupación por la salud mental: unas cuantas voces, que mí me convencen, han señalado que la insistencia en los problemas de salud mental tiene en parte como resultado (o como objetivo) trasladar al interior de cada individuo las patologías que van unidas al diseño de nuestras sociedades.
No es que no haya que leer a esos autores y que no tengan su cosa, claro está. A donde quiero llegar es a que hay que oponerse a un discurso que vendría a decir: «está usted mentalmente enfermo y, como no va a recibir ayuda sanitaria, en vez protestar o –¡Dios no lo quiera!– movilizarse y emprender alguna acción, lea usted unas recetitas de Séneca, Marco Aurelio o incluso Epicteto y verá qué bien, qué sabio y qué ataráxico se queda». Así que, Marco Aurelio, este verano –vamos a decirlo con serenidad y eufemismo– ¡métete la ataraxia por donde te quepa!
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