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Siempre me han fascinado y repugnado tanto los lugares comunes como las fórmulas lapidarias y cansinas con que se dispensan. El otro día, sentado en ... uno de los trenes de horario azaroso que pasan por aquí, pude volver a oír algunos de esos viejos conocidos en boca de unos compañeros de vagón. Eran dos señores sesentones, instruidos y acomodados, que subieron en Logroño pero que no eran de la ciudad (ya por Alcanadre se preguntaron qué río sería ese que llevaba paralelo a las vías desde hacía varios kilómetros). Hablaban en voz alta aunque sin exagerar y, separado como estaba de ellos solo por el pasillo, me era imposible no escuchar su conversación animada pero no estruendosa, en ese tono que bordea la descortesía. «Antes, los que arreglaban los coches eran mecánicos, ahora son especialistas en electrónica: detectan la avería y cambian piezas y circuitos». En lo del lugar común abundan el lamento por lo perdido y el miedo al futuro: «Están acabando con la clase media, y así no puede sostenerse una sociedad. Es la clase media la que paga impuestos y soporta el gasto público, porque los ricos no tributan o tributan muy poco». Cuando algún ruido impedía captar el detalle de la conversación, llegaban a mis oídos palabras aisladas: «Ibex», «pacifismo», «fondos» y vocabulario de ese que se usa cuando uno demuestra que entiende el mundo y sabe cómo son las cosas 'de verdad'.
Al haber recordado en lo que va de marzo los cinco años transcurridos desde el desencadenamiento de la pandemia, me venía a la cabeza aquello que se decía de que las mascarillas habían «venido para quedarse» y aquello otro de alentar la esperanza de que «saldríamos mejores», y me preguntaba yo por el mecanismo indescifrable que hace surgir estas fórmulas y cómo es que acabamos repitiendo hasta el agotamiento unas u otras ideas y frases. No cuesta mucho concluir que en nuestro repertorio conviven verdades más o menos universales con mentiras dulcemente impuestas por el poder, pero lo que me tiene atónito estos días es la facilidad y rapidez con que se ha instalado el acuerdo de que es imperioso rearmar Europa y afrontar los gastos que conlleva. Creo percibir donde nunca hubiera esperado como un rumor de ardor guerrero contenido, como una miniansia de pertenecer a una entidad que posea un ejército moderno, temible y contundente, y escucho a cualquiera insistir en que «si vis pacem, para bellum», recurrir a conceptos como «Realpolitik» y endosar simplezas geopolíticas afectando gravedad y estableciendo paralelos supuestamente certeros con la Guerra Fría, la I Guerra Mundial y hasta la Guerra franco-prusiana.
Todo esto para decir, acaso insensatamente, que no me creo lo de «¡ay, que vienen los rusos!» y que me imagino que hasta los promotores del rearme estarán sorprendidos del éxito de su campaña. ¿Quién iba a esperar este entusiasmo por lo militar del ciudadano europeo a estas alturas? Nada se sabe, que decía Sánchez, el escéptico de Tuy.
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