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Siempre me han fascinado y repugnado tanto los lugares comunes como las fórmulas lapidarias y cansinas con que se dispensan. El otro día, sentado en ... uno de los trenes de horario azaroso que pasan por aquí, pude volver a oír algunos de esos viejos conocidos en boca de unos compañeros de vagón. Eran dos señores sesentones, instruidos y acomodados, que subieron en Logroño pero que no eran de la ciudad (ya por Alcanadre se preguntaron qué río sería ese que llevaba paralelo a las vías desde hacía varios kilómetros). Hablaban en voz alta aunque sin exagerar y, separado como estaba de ellos solo por el pasillo, me era imposible no escuchar su conversación animada pero no estruendosa, en ese tono que bordea la descortesía. «Antes, los que arreglaban los coches eran mecánicos, ahora son especialistas en electrónica: detectan la avería y cambian piezas y circuitos». En lo del lugar común abundan el lamento por lo perdido y el miedo al futuro: «Están acabando con la clase media, y así no puede sostenerse una sociedad. Es la clase media la que paga impuestos y soporta el gasto público, porque los ricos no tributan o tributan muy poco». Cuando algún ruido impedía captar el detalle de la conversación, llegaban a mis oídos palabras aisladas: «Ibex», «pacifismo», «fondos» y vocabulario de ese que se usa cuando uno demuestra que entiende el mundo y sabe cómo son las cosas 'de verdad'.

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