La DANA y el avestruz
La única solución pasa por retranquear las defensas, ampliar cauces y reforestar las cuencas y las riberas de los ríos
Jesús María García García
Miércoles, 20 de noviembre 2024, 22:25
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Jesús María García García
Miércoles, 20 de noviembre 2024, 22:25
Es una realidad incontestable que en la España constitucional, las comunidades autónomas son competentes en muchas materias, por ejemplo, en la gestión de emergencias climáticas y Protección Civil. Tan evidente como que cada catástrofe natural que se produzca va a ser inmediatamente utilizada políticamente contra ... el Gobierno de España por esa oposición carroñera e irresponsable que habita en el Congreso de los Diputados. Ya lo vimos con claridad con el covid-19, o ante la erupción en La Palma.
Comprensible es desde la condición humana que un presidente como Mazón quiera quitarse de encima la responsabilidad de no activar una alerta que pudo salvar la vida a más de 200 personas. Evidente también que una parte nada despreciable de los medios de comunicación llevan tiempo en una loca espiral de activismo partidario que amenaza de muerte a la democracia española. Tampoco sorprenderá a nadie que la indigencia intelectual de la que se alimenta la extrema derecha española sea el ingrediente principal de esta olla podrida. Una tormenta perfecta.
Que se precipiten sobre el territorio lluvias de más de 700 litros en una sola jornada es algo profundamente anormal y consecuencia directa del cambio climático. Un cambio climático sobre el que la ciencia y el movimiento ecologista mundial lleva desde los años 60 del pasado siglo avisando y pronosticando cuáles serían las consecuencias de no hacer nada. Consecuencias que ya están aquí y no se van a marchar fácilmente. Sin embargo, este aviso desde la ciencia ha sido desoído por la ciudadanía en su conjunto y lo que es peor, por la mayor parte de sus representantes en las instituciones. Una ciudadanía que prefiere que el clima arrase su casa antes que comprar un coche eléctrico, reciclar, consumir menos o ver placas solares entre sus viñedos... Para algunos es más importante que las uvas no se estresen en sus cepas que terminar radicalmente con la quema de combustibles fósiles que ha generado esta emergencia climática y amenaza con destruir a nuestra propia especie.
El sabotaje a la implantación de energías renovables que se vive en algunas regiones del país tiene culpables con nombres y apellidos. Están presidiendo gobiernos, dirigiendo consejerías y ocupando escaños en los parlamentos. Son exactamente los mismos que ante las evidencias climáticas hacen como el avestruz, esconden la cabeza en un agujero con la ridícula esperanza de que al sacarla el problema haya desaparecido por arte de magia.
Hace unos días, aparecía en escena un clásico en situaciones de riadas e inundaciones excepcionales. Salían algunos a pedir la «limpieza» de los cauces fluviales desde el mayor de los desconocimientos o la peor de las intenciones, como si unas lluvias descomunales –como las vividas en España– se pudieran controlar, o aminorar su impacto, simplemente por eliminar los cuatro árboles que quedan en pie en nuestras ultrajadas riberas. Como si por retirar troncos muertos o mover unas toneladas de gravas garantizásemos que algo tan monstruosamente incontrolable se pudiera sujetar. Una ocurrencia recurrente con la que se pretende hacer creer que el problema es la naturaleza y no aquellos que han cultivado o construido almacenes y viviendas en terrenos inundables. Nos quieren hacer creer de una forma simplista que con medidas obsoletas e indiscutiblemente ineficaces se puede solucionar un problema monumental.
La ciencia ya ha demostrado –teórica y empíricamente– cuál es la única manera de evitar o aminorar los daños por las riadas excepcionales en los cauces de la cuenca mediterránea, que son los más amenazados por el cambio climático. La única solución pasa por retranquear las defensas, ampliar cauces y reforestar las cuencas y las riberas de los ríos, para evitar o minimizar tanto el arrastre de lodos como la fuerza y velocidad del agua.
Ya se han puesto en marcha, bajo el impulso de la Unión Europea, programas de recuperación de riberas y ampliación de cauces, como el 'Ebro resilence', que están dando el resultado esperado, evitando inundaciones incontroladas y destructivas. Pero contra este tipo de programas nos encontramos nuevamente con la insondable condición humana. Hay muchos intereses económicos que se oponen a devolver a los cauces de los ríos lo que les robaron.
Lo peor de todo esto es que ni las millonarias pérdidas económicas, ni la evidencia incontestable del cambio climático, ni los avisos de los científicos... ni tan siquiera las muertes, van a hacer variar un ápice la estupidez que caracteriza a nuestra especie. Seguiremos quemando combustibles fósiles, saboteando el despliegue de las energías renovables, defendiendo y consolidando las construcciones ilegales levantadas en las orillas de los ríos y las costas... echándole la culpa de nuestros errores al que esta enfrente para evitar asumir responsabilidades.
Y cada vez que una riada incontrolable arrase pueblos y tierras de cultivo, saldrá alguien a decir que «la culpa es de que no se limpia el río». Porque lo de ampliar los cauces para conseguir que no se desborden, lo de dejar de contaminar la atmósfera o aquello de eliminar construcciones ilegales –para evitar daños y muertes– es demasiado trabajoso e inconcebible para el cerebro de los avestruces.
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