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El jazz lleva en su esencia misma una capacidad prodigiosa para la supervivencia. Tuvo un parto complicado en la Luisiana arrabalera de comienzos del siglo XX, se extendió por toda Norteamérica en los durísimos años de la Gran Depresión, saltó luego a Europa, donde se ... aferró a la vida en la Francia ocupada y bajo los bombardeos nazis sobre Londres, e incluso logró echar algunas raíces en la España del más feroz franquismo, donde este estilo de música estaba oficialmente prohibido. Tampoco el COVID podrá con él. Seguirá envejeciendo con la misma mala salud de hierro de siempre e incluso puede que salga de esta fortalecido o, cuando menos, renovado en sus formas.
Pero esta optimista visión panorámica del asunto no puede hacernos olvidar las severas penurias por las que están pasando actualmente muchos de sus intérpretes. Los músicos de jazz, en su mayoría, son currelas que viven al día, haciendo equilibrios contables sobre una economía prácticamente de subsistencia, y el panorama se ha vuelto últimamente desolador para ellos.
Por eso es digna de elogio la valentía de Cultural Rioja para sacar adelante, como sea, un nuevo ciclo de jazz para este pandémico otoño logroñés. Alimento para el alma de los aficionados y para el cuerpo de los músicos.
Casi lo de menos ahora es evaluar la calidad del cartel del festival. Hay cartel y eso es lo importante. Baste con decir que se ha debido de recurrir, a la fuerza, al mercado nacional y, puestos a ello, se ha tenido el acierto de contratar al mejor músico de jazz que hay en España (el pianista gaditano Chano Domínguez) y a la más esperanzadora promesa del panorama patrio (el jovencísimo trompetista barcelonés Félix Rossy). Larga vida al jazz y aplauso para Cultural Rioja.
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