El conflicto entre Israel y Hamás, básicamente confinado de momento a la pequeña Franja de Gaza, tiene proporciones de conflicto mundial. Desde luego, en su misma crueldad, interpela a toda la humanidad, interroga sobre la naturaleza humana y su maldad e intolerancia, su misma deshumanización, ... el pisoteo de los derechos humanos, llamados a ser universales. El calificativo 'humanitario', provisto de connotaciones virtuosas, quizá tendría que ser revisado en su significado… Se entiende que muchas de las acciones perpetradas sean tildadas de crímenes contra la humanidad. Y no únicamente por la existencia de fallecidos y secuestrados de numerosas nacionalidades.
Por otra parte, la guerra podría tomar físicamente una dimensión regional: por supuesto, si se extiende, como empieza a pasar, a la Cisjordania también ocupada. Pero también, y más gravemente, si Líbano, y a través de este país y de su guerrilla proiraní Hezbolá, Irán se involucra (o también se involucra, vicariamente, a través de los hutíes en Yemen). No digamos si las fuerzas militares estadounidenses desplegadas en la zona atacan o son atacadas directamente. Igualmente, el Egipto separado de Gaza a través del paso fronterizo de Rafah. En realidad, todo el mundo árabe se ve concernido por un conflicto que condiciona sus relaciones, o sus no relaciones, con Israel. Precisamente, el ataque terrorista brutal realizado el 7 de octubre por Hamás pretendía, entre otras cosas, frenar la cierta normalización iniciada hacia Israel en el mundo musulmán: el reconocimiento por parte de Marruecos, el proyecto de acuerdo entre Arabia Saudí e Israel, y aun el acercamiento entre Arabia Saudí e Irán, representantes de las dos principales ramas del islam.
Así las cosas, el conflicto en Gaza tiene algo de choque de civilizaciones, deseable pero distante la alianza de civilizaciones promovida en su día por España. Las poblaciones árabes y judías se encuentran esparcidas por todo el mundo, ejerciendo en muchos países de auténticos grupos de presión. Esas protestas, esa ira musulmana contra lo acontecido en Palestina amenaza precisamente la estabilidad interna de numerosos países árabes, cuyos Gobiernos son más contemporizadores (Egipto o Jordania), lo mismo que amenaza con provocar la reviviscencia del terrorismo yihadista en todas partes, singularmente Europa, con el rebrote de grupos organizados o simplemente de lobos solitarios. No son solamente las relaciones internacionales, sino igualmente la política interna de tantos países, lo que está en juego y en riesgo.
El antisemitismo y la islamofobia están a la orden del día en todas partes, también la cristianofobia. El judaísmo y el islam se enfrentan, en lugar de cohabitar, y la otra religión monoteísta, el cristianismo, se ve también implicada, en parte porque aunque condene, siquiera sea parcialmente, los excesos israelíes, no deja de participar de una civilización y una afinidad judeocristianas. El argumento del anticolonialismo y del doble rasero sale a relucir contra Occidente, perjudicando su reputación ante el Sur global. Esto afecta, claro, a nuestra vieja Europa, venida a menos en el contexto mundial, tan determinante en la tragedia y la creación de la nación judía, y poblada por una significativa ciudadanía musulmana. En consecuencia, la religión, concebida como un instrumento de cosmopolitismo y concordia, deviene en un elemento de separación y enfrentamiento, de fanatismo y exclusión.
¿Dónde queda la unidad, la fraternidad en el género humano que preconizan los textos internacionales y los textos religiosos? La pregonada globalización se ve fracturada por diferencias culturales y la comunicación queda cercenada o abiertamente distorsionada: la incomunicación y la (des)información son instrumentos de guerra. Es el imperio del relato, de la narrativa, de la propaganda (por lo pronto, en el número de muertos y en la comisión de barbaridades). Vivimos, ya se sabe, tiempos de posverdad. No son solo diferencias culturales; son también diferencias políticas, con una particular proyección en todo el mundo en torno al conflicto de Gaza del binomio derechas e izquierdas. Por tanto, los ciudadanos del orbe toman partido, muchas veces de manera maniquea, emocional, con anteojeras y prejuicios nacionales, históricos, políticos, religiosos.
Lo cierto es que este fenómeno hace que la opinión pública mundial dicte su veredicto sumario y se alinee, a menudo incondicionalmente, con una de las partes contendientes. La ONU, por su parte, como encarnación imperfecta del mundo, asiste casi impotente al desastre, con una función más humanitaria que pacificadora. ¿Puede ser, debe ser, su secretario general enteramente neutral, aséptico ante tanto crimen contra la humanidad, ante tanto atropello al derecho internacional?
Más allá de los efectos territoriales directos del enfrentamiento en Gaza, los episodios vividos desde el 7 de octubre, como nueva fase de un conflicto tan arraigado, encierran un significado global, geoestratégico, con la implicación política y ventajista de las grandes potencias. Asuntos urgentes de la agenda internacional, como el cambio climático, pueden verse desatendidos, al tiempo que otras guerras, como la librada por Ucrania en defensa de su dignidad nacional, se ven postergadas en la atención política y mediática. Y la economía, ya maltrecha, se ve azotada por un enésimo embate de esta policrisis con repercusiones manifiestas sobre el consumidor, en particular en lo atinente a los hidrocarburos. Todos somos, en alguna medida, judíos y palestinos, pero no todos los hebreos son sionistas radicales ni todos los palestinos son terroristas de Hamás.
Nada de lo que allí suceda o se extienda nos será ajeno, incluso aunque por razones de salud mental o hartazgo debamos desconectar de la crónica y de las imágenes del día. Incluso aunque la longevidad de esta estúpida y nefanda guerra la termine relegando del primer plano informativo. ¡Quién sabe la de sucesos concatenados, imposibles de avizorar ahora, que habrá en el futuro y en lugares remotos de resultas de los terribles hechos vividos estos días en la guerra de Gaza!
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