Apesar de mis numerosas lecturas e investigaciones, y del interés que tengo en el tema, algo se escapa a mi comprensión. Y me explico para que ustedes me entiendan. Resulta que, como bien saben, San Millán de la Cogolla es, desde 1997, Patrimonio de la ... Humanidad, algo que a todos los riojanos nos llena de sano orgullo; una declaración que estuvo basada en los valores artísticos, culturales e históricos que convierten al monasterio emilianense en un lugar único y universal. En concreto, el criterio VI de la inscripción menciona como algo de capital trascendencia el hecho –nada fortuito– de que en este lugar se escribieron, a mediados del siglo X, las Glosas, esas expresiones en lengua romance que, simplemente, representaban en su forma gráfica la lengua que la sociedad venía hablando desde tiempos inmemoriales: esto es, el español. Para seguir manteniendo esta declaración, el Gobierno de La Rioja se comprometió a cumplir tres objetivos fundamentales y simultáneos: realizar un trabajo permanente de conservación y protección, mantener la vida monástica y convertir los monasterios en un centro de cultura y de visita con valor universal.
Además, sobre este último aspecto, la Unesco, en las reuniones que mantiene con los agentes implicados, les insta a realizar acciones de difusión y sensibilización sobre el patrimonio y su significado. En esta línea, el Gobierno de la Comunidad de La Rioja ha pensado organizar para 2026 una exposición que ponga en valor el significado y el sentido de estos monasterios. Pero claro, para llevar a cabo esta empresa sería deseable disponer, al menos de forma temporal, de los códices que han encumbrado a San Millán a la fama mundial que actualmente posee. Al margen de que la sociedad riojana y los numerosos visitantes tengan el derecho de conocer de primera mano los manuscritos en los que se recogen las primeras palabras y frases en romance, y también en euskera, es un deber moral y de justicia que los riojanos reivindiquemos su presencia en el monasterio, propietario de este patrimonio, no lo olvidemos, durante más de ocho siglos.
Y lo debemos hacer, primero, porque las evidencias históricas indican que el académico, arabista, historiador, bibliófilo y bibliógrafo Pascual de Gayangos (1809-1897) se llevó los códices de San Millán a Madrid de forma clandestina y arbitraria en 1851, obviando a su verdadero propietario en aquel momento, el obispado de Calahorra-La Calzada, y al responsable de las desamortizaciones, el gobernador civil del territorio de Logroño. Dicho en román paladino, tomó para sí lo ajeno o hurtó de cualquier modo, es decir, robó lo que en ese momento pertenecía a su legítimo propietario. Es muy posible que estos argumentos se intenten obviar desde Madrid aludiendo a que, sin embargo, la entrada en la Real Academia fue legal y que, con posterioridad, se legisló sobre su propiedad. Sin embargo, sobre este aspecto conviene hacer la siguiente consideración. Los bienes incautados no son propiedad de ninguna institución porque forman parte del Patrimonio del Estado, de tal manera que la insigne Academia que los salvaguarda es un mero, pero fundamental, instrumento de custodia. Por lo tanto, nosotros, que formamos parte del Estado, algún derecho deberíamos tener sobre ellos.
Dicho en román paladino, (Gayangos) tomó para sí lo ajeno o hurtó de cualquier modo, es decir, robó lo que pertenecía a su legítimo propietario
Y, en segundo término, no se le escapa a nadie que los riojanos actuales somos parte de lo que fueron nuestros padres y, por lo tanto, estos, y otros bienes que ahora no se citan, conforman una parte sustancial de nuestra identidad como personas y como región. Todos los colectivos, por pequeños que sean, necesitan saber de dónde vienen y conocer su pasado, y no me sirve que a este respecto se aduzca que, parece suficiente, se pueden mostrar los facsímiles que de las Glosas Emilianenses se han realizado en los últimos meses.
Entiendo, aunque solo en parte, las motivaciones que llevan a los responsables de la Real Academia a negar su cesión temporal, ya que estamos ante ejemplares únicos e irrepetibles y, por eso, deben estar custodiados bajo la seguridad más extrema. Todo ello para que este legado se pueda transmitir a nuestros descendientes. Siendo esta una explicación comprensible, me pregunto si realmente merece la pena conservar algo si nadie puede disfrutar de su presencia, aunque sea durante los meses que dure la exposición. ¿Tanto cuesta comprender este razonamiento que a muchos nos parece obvio? Y siguiendo la misma línea argumental, ¿tan difícil es entender nuestra solicitud de cesión temporal cuando es claro que estos manuscritos fueron hurtados a sus legítimos dueños?
Señores de la Academia, como historiador, pero sobre todo como riojano, les constato que en La Rioja somos tan conscientes como ustedes del valor de este patrimonio cultural porque conocemos su significado y valor universal. Nadie como nosotros se siente tan orgulloso de su trascendencia, y por eso mismo, consideramos necesaria su presencia en una exposición temporal, aunque, de igual forma, somos conscientes de que para llevarse a cabo se han de seguir las pautas de conservación y seguridad adecuadas. Pero de no poder contar con ellos, la suerte de los códices seguirá los pasos que dispuso algún avispado político del siglo XIX al decidir emparedarlos en un cuarto tapiado en el que permanecieron durante ocho años, y que tanto sorprendió a Gayangos, y a nosotros cuando revisamos su epistolario. Señores académicos, me atrevo a preguntarles si ya merece la pena, por desconfianza, custodiar a perpetuidad dentro de una cámara acorazada el trabajo culto de unas personas que escribieron unos códices para utilizarlos en su actividad religiosa y cultural, y que formaron parte de una sociedad de la que somos herederos.
Es posible que ustedes cuenten con una apoyatura jurídica, pero es evidente que a nosotros como riojanos se nos debe una reparación moral y de justicia. Creo que no es pedir tanto.
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