Las campañas son concursos de visiones enfrentadas. El país elige una u otra. Aceptamos la elección que ha hecho el país. No puedes amar a ... tu país sólo cuando ganas. No puedes amar a tu prójimo sólo cuando estás de acuerdo. Independientemente de a quién hayan votado, no se vean uno a otro como adversarios, sino como compatriotas. Cumpliré con mi deber como presidente. El 20 de enero, tendremos una transferencia pacífica del poder en América». Es la reacción de Biden a la victoria de Trump que, a mí, me ha servido como pomada antiinflamatoria.
Unos resultados que, sin duda, condicionarán la geopolítica y la economía del mundo. Hay análisis que coinciden en algo: Trump ha conectado con los americanos. Los demócratas, no. En EE UU cohabitan dos Américas. Una es la de las costas Oeste y Este, que vive en distritos urbanos y se ha beneficiado de la revolución en la educación superior. Viven un sueño: ingresos y precios crecientes en el mercado de valores. Viven el increíble dinamismo de la economía del país. Harris ganó la mayor parte de esa América. Pero perdió ante un segundo EE UU que no está disfrutando de ese sueño y no se ha beneficiado de la educación superior, que pasó del 7% de la población en 1960 al 37% en 2022. El 60% de ese país se siente maltratado por el cambio tecnológico, la inflación, el fentanilo, la desindustrialización. No se han beneficiado de las transformaciones de su sociedad desde 1960: una revolución demográfica con inmigrantes de todo el mundo, los derechos civiles, el feminismo o los derechos de los homosexuales. A los estadounidenses votantes de Kamala Harris les ha gustado eso. Los de Trump no acompañan esa conquista de ideas y derechos.
Donald Trump captó ese resentimiento por lo sucedido desde los sesenta, que parecía amenazar, sobre todo, a hombres blancos sin título. Su elección como presidente, como ocurriera en 2016, es un terremoto y una acusación a las élites. Es una lección que debemos extraer en Europa, donde hay una brecha entre quienes se han beneficiado de una evolución positiva a partir de la democratización de buena parte de sus países y quienes se han quedado atrás y no encuentran referentes que les represente desde la política. De ahí las victorias y avance de los populismos en países como Italia, Francia o Alemania, que se fijan en otros como Hungría, Austria y, antes de la victoria de Tusk, Polonia.
Volviendo a lo sucedido en EE UU y a lo que puede explicarlo, es necesario analizar el comportamiento de las élites. Tildar de racistas a quienes están preocupados por el control de las fronteras exige una reflexión que apele a hacer una mejor pedagogía sobre un fenómeno necesario que también nos toca de cerca a los europeos. Las élites no se equivocaron sobre el cambio climático, pero millones de estadounidenses trabajan en esa industria. Reside ahí un desacuerdo ciudadano. Pero el mayor problema, si nos remontamos a los setenta, es que los progresistas liberales prestaron más atención a la emancipación racial y de género que a la desigualdad económica. No vieron que venía un tiempo de crecientes desviaciones entre los ingresos de la clase trabajadora y los de los universitarios, un enorme abismo que no hicieron lo suficiente para compensar. Eligieron la dirección opuesta: una desregulación neoliberal que dejó a las clases trabajadoras con la sensación de que nadie se preocupaba por ellos.
Trump tiene tintes autoritarios indiscutibles. Ha hecho afirmaciones que ponen los pelos de punta. Amenaza con deportaciones masivas que no han servido para que una parte de la comunidad negra y latina le castigue en las urnas. Es un condenado por la justicia que ha derrotado a una fiscal exitosa como Harris. Es un unilateralista transaccional, detesta las alianzas a pesar de que EE UU ha apoyado en las alianzas su importancia y protagonismo en el escenario internacional. Alejarse de Europa o del Este de Asia debilitará a su país. Ese que quiere hacer grande otra vez (MAGA).
¿Qué consecuencias puede tener esta victoria para Europa y España? Europa atraviesa un período de extraordinaria vulnerabilidad estructural. La noche en la que Trump gana, se hunde la coalición alemana y Francia sigue estancada en un impasse presupuestario. La amenaza de la imposición de aranceles a nuestra economía exportadora, la guerra comercial con China, y la posición de Trump con respecto a la OTAN y sus consecuencias para la guerra de Putin en Ucrania, además de la situación en Palestina, son elementos que nos invitan a la preocupación. Un enemigo puede constituirse al otro lado del Atlántico y ello nos va a obligar a hacer de Europa un continente más unido en la estrategia geopolítica, más seguro incrementando la inversión en defensa y más competitivo en lo que a modelos productivos y generación de bienes se refiere. Combatir la resaca americana es urgente, pues hoy queda un día menos para que Trump jure su cargo en el Capitolio, aquel que intentó tomar por la fuerza, y empiece a cambiar el orden mundial.
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