Secciones
Servicios
Destacamos
Coja un periódico. Coja unas tijeras. Escoja en el periódico un artículo de la longitud que piensa darle a su poema. Recorte el artículo. Recorte con cuidado cada una de las palabras y métalas en una bolsa. Agítela suavemente. Ahora saque cada recorte uno tras ... otro. Copie concienzudamente las palabras en el orden en que hayan salido de la bolsa. El poema se parecerá a usted. Es usted un escritor infinitamente original y de una sensibilidad hechizante, aunque incomprendido del vulgo.
Después de este ejercicio práctico, ya tiene usted las nociones básicas para ser artista dadá cinco minutos. No dé importancia al hecho de que aquel movimiento se diluyera hace ya más de cien años en otras corrientes menos rompedoras y más rentables. Se arriesga a morir de hambre, pero piense en las ventajas: también ahora hay creadores conceptuales con talento para pegar una banana a la pared con cinta americana y venderla por millones. Entre Maurizio Cattelan, sus benefactores, especializados en blanqueo de capitales, y usted, ahí mirando con la boca abierta, trate de adivinar quién de los tres es el engañado. Sin su estupor el negocio no funciona.
De modo que no se escandalice tanto y practique usted mismo el dadaísmo; verá que ser anartista es un primer paso libertario. Recuerde que Dadá surgió a principios del XX como protesta radical contra los valores tradicionales de la sociedad burguesa y, en especial, como burla hacia su arte y su cultura. Rechazaba la lógica y la razón, las convenciones y las normas de la creación artística. Dadá era absurdo, caos e irracionalidad. Dadá era anti todo, también anti Dadá. Por eso duró tan poco. Sin embargo, influyó en movimientos posteriores como el surrealismo y, aun hoy, es evidente que el carísimo plátano de Cattelan bebe de la fuente, mucho más modesta, de Duchamp.
¿He dicho Duchamp? Es cierto que fue Marcel quien pasó a la historia por la provocación de presentar un urinario como obra de arte, una de las más icónicas del dadaísmo, pero ¿era él el verdadero autor oculto tras la firma R. Mutt en 1917? Lo cierto es que existe la posibilidad de que fuera una mujer –existe la posibilidad de que a los dadaístas, de quienes ya hemos visto que iban contra casi todo, se les olvidase el pequeño detalle de ir también contra la tendencia machista de ningunear a sus compañeras–. Y existe la posibilidad de que esa mujer fuese Elsa von Freytag-Loringhoven, la genial Baronesa Dadá que encarnó aquel espíritu contracultural, una mujer transgresora dispuesta a traspasar todos los límites, con el punto de locura que da saberse sola en el mundo y con la osadía de emplear su cuerpo como soporte artístico y su sexualidad como arma revolucionaria. Una protopunk con dos ovarios adelantada a su tiempo que se convirtió en reina del Greenwich Village.
Elsa había nacido en la Alemania de 1874 en una familia en la que el padre sí practicaba sin reparos la vieja costumbre de pegar a las mujeres. Al morir su madre, una pianista que pese a todo la educó para que fuera un espíritu libre, se fugó a Berlín, donde posó para artistas, trabajó como estatua griega en un cabaret y ejerció la prostitución. Contra la sífilis y la gonorrea, mercurio. Estudió arte, se casó con un arquitecto y formó trío con un poeta, con el que también acabó en boda. Después de huir de los acreedores por media Europa, viajaron a Estados Unidos, donde se casó una última vez con el alemán Leopold von Freytag-Loringhoven. Y así fue como llegó a Nueva York en 1913 con un título falso, harta de ataduras y dispuesta a darle la vuelta el mundo sin dios ni amo.
Hay quien dice que basta darle la vuelta a algo para convertirlo en arte. Elsa lo hacía con todo, especialmente consigo misma; no solo abrazó el arte en todas sus manifestaciones, sino que lo convirtió en su forma de vida. Ella era la obra de arte. Poeta, pintora, una pionera del ready-made y la performance que transformaba objetos de la basura y paseaba escandalosamente desnuda por las calles de la Gran Manzana como una provocación esculpida en carne y hueso. Era la diosa Dadá, un ser superior al pudor de los simples mortales. Ni siquiera sus mayores adoradores podían seguirle el ritmo. Lo de menos fue que nadie, ni Man Ray ni el propio Duchamp, reconocieran que la dichosa fuente había sido un regalo suyo.
En 1923 rompió con todo y regresó a Berlín, una ciudad devastada por la guerra. Finalmente buscó refugio en París, pero también allí parecía haber pasado de moda todo lo que la hacía sentir viva. Con cincuenta y tres años, no tenía un centavo y solo unas pocas amistades aquel 14 de diciembre de 1927 cuando se abrazó a su perro Pinky y abrió la llave del gas. Al enterrarla en el cementerio de Père Lachaise, Djuna, Thelma Wood y otras pocas amigas más fueron incapaces de encontrar el lugar y se marcharon a un bar a emborracharse. Brindaron como Elsa solía hacer: No soy de nadie.
Hágalo usted conmigo: olvídese de plátanos y de tanto ruido alrededor. Solo pruebe a ser cinco minutos Elsa von Freytag-Loringhoven. No seamos de nadie.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.