Estamos tan hartos de la amnistía que parece humano sentirnos aliviados con su aprobación: «¡Hala!, ya la tenéis, pero dejadnos en paz de una vez». Incluso puede tener una lógica política: el comienzo de un nuevo tiempo en Cataluña, decir adiós a la confrontación. Vale, ... aceptamos 'ocell' como animal de compañía. Pero una vez aprobada la amnistía, el dinosaurio sigue ahí, o sea, el nacionalismo entendido como un avanzar inexcusable hacia el edén anhelado de la independencia.

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Voy a ponerme incorrecto y a recordar dichos referidos a pueblos españoles: 'De Villamiel, ni jaca, ni burra, ni mujer y si me apuras, ni sacristán ni cura. Valdepeñas es una ciudad bravía, más de cien tabernas y una sola librería. Alpedrete, caga y vete... A mamarla, a Parla.'. Estos aforismos de campanario, dedicados al pueblo de al lado, refinados y convertidos en concepto, permiten explicar el nacionalismo, esa aversión a nuestros vecinos y esa creencia dogmática y colectiva en un origen común que, según Aldous Huxley, correcto escritor inglés formado en Eton, son los dos errores tribales de los que partimos.

Sigamos en plan elegante, recurriendo no a refranes despectivos, sino a pensadores respetados: Karl Popper sosteniendo que el nacionalismo es la regresión a la tribu y que el progreso y la civilización llegan al salir de la tribu; Albert Camus

Avisando de que amaba demasiado a su país para ser nacionalista; Borges sosteniendo que el patriotismo es la menos perspicaz de las pasiones. Pero qué importa eso ahora. Vivamos el presente, disfrutemos del elixir de la amnistía y vayamos después en busca del paraíso excluyente de la tribu, en pos de la quimera, caiga quien caiga.

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