Haciendo cola en la charcutería. Un «poquito queso fresco», un «poquito chorizo», dos morcillas patateras… Ya se han acabado las compras exquisitas. Estoy rodeado de señoras y ni ellas ni un servidor compramos jamón ibérico, lomo «doblao» ni tortas del Casar. Algo me llama la ... atención: ya no hay maridos. Durante los últimos 15 días, estas amas de casa venían a comprar acompañadas de sus esposos, que se ponían muy serios calibrando la grasa infiltrada del jamón de bellota. Se veía que disfrutaban adquiriendo charcutería premier y ellas los dejaban hacer. Pero se han acabado las exquisiteces y han desaparecido los maridos.

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¿Estamos ante otro caso de micromachismo, simplemente son unos caraduras o ambas cosas a la vez? Parece como si estos maridos creyeran que sus mujeres solo sirven para comprar los productos de batalla: las cebollas, el salchichón, la pescadilla, pero cuando hay que adquirir calidad, naufragan si no los tienen a ellos al lado, con su paladar experimentado en delicias, refinado en gustos, educado en placeres y gozos. Así que las dejan solas cuando toca longaniza para las lentejas o aguja para el cocido, pero si la compra va de solomillos y entrecots, allí están ellos, exigentes y vigilantes, no vayan a venderles baja calidad.

Ellas soportan al varón 'gourmet'. Son conscientes de que, siendo seis a cenar, acabará comprando merluza para 12, jamón para un regimiento y un foie con membrillo que nadie probará, pero consienten con cariño: «Para un día que viene a la compra, que disfrute el pobre». Por eso, ayer en la charcutería, se las veía comprar solas, pero relajadas y recuperando el confort de la rutina: «Justi, ponme dos huesos para un caldo».

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