Tortilla de lujuria

Pero apareció el botánico y nutricionista francés Parmentier, valoró sus propiedades e ideó un truco para darle importancia: cultivó patatas en unos huertos de París vigilados por dos guardias durante el día. Al llegar la noche, los retiraba, los parisinos entraban a robarlas creyendo que se hacían con un tesoro y la patata elevó su prestigio social. Hoy, es difícil encontrar restaurantes que sirvan humildes tortillas de patatas, pero prolifera el parmentier de patata, que no es otra cosa que el puré de toda la vida, pero en fino.

Siempre ha habido clases, también en los alimentos. Si un producto se adorna con cierta novelería, está salvado, pero como le falte literatura, será retirado del menú degustación. La sinrazón de la sencilla tortilla y el sofisticado parmentier se repite en las carnes. La de cordero (pierna, chuletilla, paletilla) aburre, pero la de cerdo es puro lujo gracias al invento de presa, pluma, lagarto, landra, secreto y abanico. En la ternera, hemos dicho adiós al anodino filete y puesto alfombra roja a la chuleta con el hueso largo, o sea, el Tomahawk, al T-bone y a la vaca madurada 44 días. Y qué decir del clásico muslo o pechuga, desterrado por nuggets, fingers crispy y lagrimitas. O novelamos la tortilla de patatas o nunca retornará al menú. Es fácil: volvamos a acusarla de lujuriosa.