Lunes, 2 de septiembre, vuelve la prisa, un concepto antes denostado en el refranero y la aforística (sin pausa, pero sin prisa; la prisa engendra el error; la rapidez es una virtud, la prisa, un vicio), pero que hoy está de moda. La diferencia entre ... agosto y septiembre, entre la vacación y el trabajo, es la que existe entre el sosiego y el ansia. Esta mañana, hemos pasado de exclamar satisfechos: «¡Qué tranquilidad!», frente al mar, frente al valle, a proclamar nuestra acucia hasta en el bar: «Ponme un café rapidito que no tengo tiempo». Y lo peor es que nos vanagloriamos de vivir en la urgencia porque si no presumimos de prisa, enseguida seremos tachados de negligentes, vagos, inútiles…

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El filósofo alemán Hartmut Rosa estudia la sociología del tiempo y teoriza sobre la prisa. En sus libros, apunta que todo va tan rápido que perdemos el contacto con la vida. Corremos tanto desde que saltamos de la cama hasta que retornamos a ella que no podemos conectar con los lugares ni con las personas. La velocidad, cree Rosa, nos impide disfrutar del afecto, las emociones, la amistad, las ideas, los sabores, los lugares que nos transforman. Tengo tanto que hacer, estoy tan liado, tengo tanta prisa…

A medida que avance el otoño, pararemos, recordaremos el armónico sosiego de las vacaciones de verano, reflexionaremos, nos propondremos cambiar y buscaremos soluciones para frenar: yoga, meditación, mindfulness... Pero la prisa acabará ganando porque sigue en nosotros y nos parece un valor, una virtud, un logro… Presumir de tiempo libre, lecturas gratificantes y paseos demorados desprestigia más allá de agosto. Jactarse de la prisa en septiembre ensalza, exalta y ennoblece.

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