Julio. Vacaciones. Llegada al hotel. Los primeros 15 minutos son fundamentales. Amable recepción, gran habitación, botella de agua fría y cesta de frutas, armarios con perchas, cama inmensa, mesillas con cajones… Todo perfecto. Antes de dar el primer paseo por la playa o la campiña, ... entramos en el baño y nos fijamos en los detalles. Amenities abrumando: cremas hidratantes, hilo y aguja, acondicionador de cabello, cepillo de dientes y dentífrico, esponjita abrillantadora del calzado, gorrito de ducha, toallitas multiusos desmaquilladoras, limpiadoras, refrescantes, tonificantes…

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Si creen que la vida es solo amenities y toiletries, no sigan leyendo porque llegamos a ese momento, que el decoro recomienda obviar, en el que hemos de recurrir al papel higiénico y todo se derrumba en el último minuto de los 15. ¿Por qué razón los hoteles de cinco estrellas, las pensiones y los hostales de carretera coinciden en el papel higiénico: estrecho, translúcido y tan frágil que se rompe al primer uso? Da lo mismo un resort «premier luxury» que la Fonda Bermúdez: unos y otros ahorran en papel en lugar de ahorrar en toallitas tonificantes.

Portugal, ahí al lado, es un país ejemplar en limpieza: se lavan mucho las manos, en el más humilde bar de carretera, tienen un papel suave y resistente en el baño y en el pueblo más perdido, hay unas letrinas públicas limpias y con agua caliente. Aunque el colmo son ciertos restaurantes japoneses que ofrecen al cliente una carta de papeles higiénicos para que escoja entre doble o triple capa, color y olor: a jazmín, a rosa, a menta… Aquí, en España, nos conformaríamos con mucho menos: que el rollo no se rompa y, sobre todo, que haya.

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