Me he pasado de Muface al Servicio Extremeño de Salud (SES) y me siento feliz, como nuevo, incluso entusiasmado. Mi mujer, aunque llevaba años intentando convencerme del cambio, me decía que estoy un poco tonto porque aún no había ido ni una vez al médico ... y no podía sentirme eufórico por una conversión que no había experimentado en salud propia. Los antiguos compañeros de trabajo, que siguen en lo privado, me avisaban: «Ya verás cuando te toque ir a consulta y tengas que esperar dos horas». No entienden que mi medio natural son las salas de espera, las colas de la charcutería, el autobús urbano, el bar de siempre…

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Para un columnista abstemio y adicto a la abstinencia, la sala de espera del médico de cabecera ejerce el mismo efecto que el Optalidón y el Valium operaban en Francisco Umbral. «La inspiración es el Valium de anoche más el Optalidón de ahora», confesaba el colaborador de El Norte de Castilla. Al igual que los médicos restringen los barbitúricos y los ansiolíticos como estimulantes de la creación, las celadoras me han expulsado dos veces de las salas de espera cuando me colaba en ellas para escuchar e inspirarme. Pero desde que me he pasado de Muface al SES, soy un hombre libre: me basta coger hora en una consulta y así resuelvo la columna.

El domingo, por ejemplo, entré por primera vez legalmente en una sala de espera de la sanidad pública. Fue muy sugerente. No habían pasado ni cinco minutos, cuando un caballero septuagenario tropezó con un escalón y exclamó: «¡Puto Pedro Sánchez!». A partir de la expresividad de ese paciente, se pueden hilar reflexiones, juegos de palabras, ironías, paradojas y hasta abrochar una columna: ¡Viva la sanidad pública!

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