Supe que mi hijo ya era adolescente el día que fuimos juntos al cine y me dijo que prefería sentarse solo. Me dolió, pero no rechisté. Él se sentó en las últimas filas y yo, por el medio. La película era 'Salvar al soldado Ryan'. ... Al acabar, con gran alegría por mi parte, vino corriendo a buscarme y exclamó: «¡Qué pasada! ¡Ojalá no vuelva a repetirse algo así!». La peli de Spielberg enseñó a los jóvenes de los 90 que las guerras son terribles y destrozan las vidas y las ilusiones de una generación. Las imágenes eran tan realistas, tan duras, que ayudaban a entender y a temer.

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Al salir del cine, le propuse a mi hijo ir ese verano a conocer las playas del desembarco. Se entusiasmó y en junio viajamos a Normandía. Iniciamos el recorrido por donde empezó la batalla: Pegasus Bridge, un puente sobre el Canal de Caen que debían tomar y tomaron las fuerzas aerotransportadas inglesas para cortar las comunicaciones del ejército alemán.

Desayunamos en el café Gondrée, primera casa liberada de Francia, paseamos por el puente y nos acercamos con emoción al memorial Pegasus. Allí, unos chicos americanos, que también estaban emocionados, se cuadraron al verme y me saludaron militarmente. Debieron de pensar que, por faltarme un brazo y estar calvo y canoso era un héroe del desembarco. No podía desilusionar a aquellos jóvenes así que respondí al saludo, ellos dijeron algo, yo sonreí «en inglés» y mi hijo me tradujo después: «Te han dado las gracias y han dicho que ojalá nunca se repita algo parecido». En estos tiempos convulsos de guerras y odios políticos, el 80 aniversario del desembarco de Normandía debería ser una llamada a la moderación para evitar «algo parecido».

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