Miedo al inquilino

Hace unos días, se ha puesto a la venta el piso de al lado y fisgamos por la mirilla cada vez que escuchamos al agente de la inmobiliaria ensalzar sus características. Nos fijamos en los posibles compradores e intentamos adivinar por sus gestos, aspecto y actitudes si son representantes de un fondo buitre o familias respetables cuya única intención es mudarse a un piso más grande.

Este miedo al inquilino es el último grito en desconfianzas. No tememos que los nuevos propietarios sean ruidosos, sinvergüenzas ni morosos, sino que compren el piso para subirlo a Booking o Airbnb y nos llenen la casa de turistas jacarandosos que vienen tres días, organizan orgías, les importa un bledo la buena vecindad y convierten el edificio en un infierno. La semana pasada, supimos que el Gobierno baraja eliminar los pisos turísticos en las comunidades de vecinos. Si se aprobara esa medida, dejaríamos de asomarnos a la mirilla con aprensión. Aunque, incoherencias de la vida, paso estos días en Gijón, en un piso turístico, y, desde que llegué, noto recelo detrás de cada puerta. Como vecino, a favor del gobierno. Como turista, en contra.