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El victimismo está de moda y es malo. Lo dicen los filósofos y el sentido común. Pero hay un apartado en la educación española con razones suficientes para sentirse víctima, al menos hasta ahora. Son las enseñanzas artísticas, pariente pobre de la formación, situadas en ... un limbo indefinido y con tan mala suerte que, tras haber sido reformados Bachillerato, Universidad y FP, el día que el Consejo de Ministros iba a dar luz verde a la tramitación de la Ley de Enseñanzas Artísticas, Pedro Sánchez disolvió las Cortes, convocó elecciones y los artistas siguieron en el limbo.
Estos centros educativos funcionan como institutos, pero imparten estudios superiores y titulaciones de grado. Sus profesores llevan el departamento de Erasmus, dirigen y juzgan trabajos de fin de grado e imparten enseñanzas de rango superior, equivalentes a las universitarias, pero tienen horario, sueldo y obligaciones de Secundaria. No entro en la casuística de sus contrataciones porque es infinita. Y si un músico titulado superior español compite con graduados extranjeros por un puesto en una filarmónica, estará en desventaja porque no le valdrá el título. Un desastre.
Tras ser la ley 'interrupta' de la anterior legislatura, en Acesea, perseverante asociación que engloba a 69 escuelas y conservatorios superiores de música, danza, arte dramático, artes plásticas, diseño, conservación y restauración de 38 ciudades españolas, se temían lo peor, pero la ley ha vuelto al Consejo y, si todo va bien, las becas de estos estudiantes se equipararán a las de los universitarios, se reordenarán enseñanzas y cuerpos docentes con rigor y España dará un paso adelante para apreciar a sus artistas.
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