En el PP dudaban si traspasar la línea Begoña. Había en la cúpula del partido quien pensaba que meter a la esposa de Pedro Sánchez en la trifulca política podía ser contraproducente, pero cayeron en la tentación («si cree que ha dado carpetazo a lo ... que ha pasado en su casa, se equivoca») y cometieron el error Begoña. Inmediatamente, gesto desencajado, mutis por la puerta del hemiciclo, la carta, cinco días de incertidumbre y vuelta con brío: «He decidido seguir».

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La izquierda, que ya no se moviliza por temas prácticos como la subida del salario mínimo, necesitaba motivos sentimentales para reagruparse y entusiasmarse. Ya los tiene: humanizar la política, regenerar la vida pública y Begoña. En la polarización afectiva en que se ha convertido la democracia, moviliza más el ataque a una esposa que revalorizar las pensiones. Se trata de una emoción universal: ¿quién no se ha abrazado a su pareja en los malos momentos para salir juntos adelante? Sobre todo si ella, Begoña, sufre «ataques despiadados no por ser política, sino por ser esposa e incluso por ser mujer». Begoña, a la que quieren relegar «al ámbito doméstico teniendo que sacrificar su carrera profesional en beneficio de la de su marido».

Siete millones de españoles votan al PP y otros tantos al PSOE, pase lo que pase. Hay que emocionar al millón de indecisos y a las 500.000 mujeres que, entre las autonómicas y las generales del año pasado, cambiaron del PP al PSOE al comprobar cómo otra mujer, María Guardiola, era desautorizada y pactaba con Vox tras asegurar que no dejaría entrar en su gobierno «a aquellos que niegan la violencia machista». Traspasar la línea Begoña puede salir caro y en el PP lo sabían.

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