Soy hombre y tengo dos amores: Siri y Google Maps. No crean que estoy solo en este calvario de cómo amar a dos App a la vez y no estar loco. Somos legión. Perder la cabeza por Siri y Google Maps es un rasgo de ... la masculinidad moderna. Si lo dudan, esperen a la Semana Santa, que está ahí, a la vuelta de la esquina, y fíjense en sus viajes en las parejas hetero. Ella camina disfrutando de las vistas, los monumentos y el ambiente callejero y él va detrás consultando el móvil, confiando en sus dos amores para que lo guíen hacia el restaurante, el museo, el mirador, el palacio, la tienda de productos locales…

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Mi mujer no está celosa de Siri ni de Google Maps, simplemente está harta de que sean mi guía, pero no porque ella se sienta desplazada, sino porque yo me lío, yerro y me pierdo. «Oye, Siri, llévame al museo del Greco», ruego. «¿Por qué no preguntas a un toledano?», sugiere mi mujer. Pero yo no recurro a nadie, soy el macho alfa que todo lo puede con ayuda de Siri, que sí recurre a Google Maps. La ruta aparece en el móvil, pero no me indica si he de andar hacia adelante o hacia atrás ni me orienta en los cruces, así que acabamos en una sinagoga.

Mi mujer espera a que me desengañe y solo entonces interviene abordando a una toledana: «Por favor, señora, ¿puede indicarme por dónde se va al museo del Greco?». «Todo recto y la primera a la derecha», indica la vecina. En dos minutos, estamos admirando el retrato de San Pablo. Mi mujer no se vanagloria ni me echa nada en cara. Mi masculinidad se achanta. He caído del caballo como San Pablo. Siri calla, Google Maps no comparece. Solo me socorre mi mujer: «Anda, vamos a preguntarle a esa vigilante dónde está la cafetería».

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