Nunca me había aburrido tanto la política. Le estoy cogiendo manía y antes me entretenía mucho. Incluso demasiado. Hubo un tiempo en que la política me apasionaba tanto que desplazó mi interés por las chicas. Sucedió durante la primavera de 1977 y aún no había ... cumplido los 20. Muy absorbente tiene que ser una afición para que un posadolescente hetero se olvide de que hay chicas en el mundo. Pero así de gratificante y emocionante era la política en aquellos meses que precedieron a las primeras elecciones democráticas.

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No me perdía ningún mitin, ya fuera de Fraga, Carrillo, Suárez o González. Acudía con mis compañeros de piso a la plaza de toros de Salamanca o al pabellón de la Alamedilla y participábamos de la ceremonia con entusiasmo. Tarareábamos la musiquilla de UCD, la Internacional y hasta el Eusko Gudariak, aunque fuéramos extremeños y manchegos. Y si en los mítines de Fraga se ponían bordes los del servicio de orden, que venían de Valladolid y pertenecían a Fuerza Nueva, poníamos cara de franquistas reciclados para que no nos echaran.

Siento nostalgia de aquel tiempo en que preferíamos ir a mítines a ir a discotecas. Es verdad que después vinieron el desencanto y la corrupción, pero nunca perdí el interés hasta hoy. ¡Qué hartazgo del novio de Ayuso y de la mujer de Sánchez! Tantas páginas y tanto esfuerzo por arrojarse munición que luego queda en fogueo, en polvo, en nada, como ha sucedido con Mónica Oltra. En 1977 no queríamos que llegara el 15 de junio, día de las votaciones, para que no acabara la fiesta. En 2024 deseo que llegue el 9 de junio para dejar atrás esta penitencia electoral. Menos mal que ahora me interesa una chica: mi nieta.

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