Calcetines

Los tomates textiles dan mucha vergüenza. A Émile Schweitzer, tío carnal del filósofo Jean Paul Sartre, le provocaban una fijación enfermiza. Cuando murió en 1927, encontraron debajo de su almohada cien pares de calcetines con tomate. En octubre, se cumplen 60 años del premio Nobel concedido a Sartre, que el escritor francés rechazó, y Mario Vargas Llosa está enfrascado en escribir un ensayo sobre él, que, ha asegurado, «será lo último que escriba».

Para ser premio Nobel como Sartre y que Vargas Llosa te dedique su obra crepuscular, hay que tener antecedentes premonitorios en la familia, parientes excéntricos y brillantes que anuncien la posibilidad de que lo extravagante devenga en excelencia. Charles, abuelo materno de Sartre, se parecía a la representación de Dios en los cuadros y era venerado por las beatas; Élodie, su abuela paterna, era la reina del fuagrás de oca trufado; su primo Albert había sido Premio Nobel de la Paz en 1952 y, finalmente, estaba Émile y sus calcetines con tomate. Igual no es tan malo que acudamos al cumple del nieto enseñando el dedo gordo del pie.