Esto de la amnistía
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Al instante, el tiempo se detiene, nadie rechista, nadie come y, sobre todo, nadie opinaLas mesas de boda son inciertas: te puede tocar con cualquiera. Repasas el panel que informa de su distribución y descubres que no conoces a la mitad de los comensales con quienes pasarás cuatro horas comiendo y bebiendo. Acabado el aperitivo, te apresuras para coger ... un buen sitio y te vas presentando a las parejas que te acompañarán durante el ágape nupcial. Suena después una música, entran en escena los novios, agitas las servilletas, ovacionas y comienza la comida. Todo transcurre por derroteros previsibles: «¿Tinto o blanco? No estaba mal el jamón. No olvides tomarte la pastilla. ¡Vaya otoño caluroso! El Madrid se sale con Bellingham…».
Y así, con buen rollo y conversaciones inocuas y previsibles, va discurriendo la boda hasta que, de pronto, inopinadamente, un primo tercero de la novia, que lleva todo el banquete llamando al camarero para pedirle más vino, suelta inopinadamente, como quien no quiere la cosa: «Esto de la amnistía…». Al instante, el tiempo se detiene, nadie rechista, nadie come y, sobre todo, nadie opina.
El comensal kamikaze no ha dicho si cree que la amnistía es un golpe de estado sanchista o una positiva desjudicialización de la política catalana. Solo ha dicho: «Esto de la amnistía», pero ha provocado un shock. «Con lo bien que iba la boda», comenta en voz baja una tía carnal del novio. «Es complicado», no se moja un invitado con coleta. «Ya veremos», relativiza una dama con pamela. «¡Vivan los novios!», elimina la tensión el más hábil de la mesa. Resuena un «¡Vivan!» forzado, se exhalan suspiros de alivio y sigue el banquete. Nunca desde 1975 ha habido tanto miedo a hablar de política. Y no es porque esté prohibido, es por convivir.
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