El objetivo prioritario, para Israel y para el mundo, de apartar del poder a Netanyahu ha deparado un acuerdo que podía considerarse imposible: ocho partidos de izquierda, centro, derecha y de parte de la minoría árabe buscarán el apoyo del Parlamento para dotar de Gobierno a un país exhausto por dos años de crisis política y cuatro elecciones que no lograron rescatarlo de la inestabilidad. A priori, tampoco lo haría un futuro Ejecutivo que tendría al frente a Neftalí Bennett, líder de la extrema derecha religiosa nacionalista que quiere anexionar Cisjordania y deberá ceder a los dos años el cargo de primer ministro a Yair Lapid, el único que declara voluntad de unir a una sociedad en la que afloran focos de enfrentamiento civil. Por no especular con el abismo que se abriría ante Mansur Abás, el responsable islamista que permitió cerrar el pacto, en caso de nuevo conflicto con Gaza. Netanyahu tratará de complicar la ratificación de la coalición en la Knesset pero la confianza en el nuevo escenario expresada por la Casa Blanca sentencia la salida de un mandatario que llevó al extremo el desprecio por el sufrimiento palestino y al que ahora esperan tres procesos por corrupción.
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