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Tras el histórico triunfo electoral del PSOE del 28 de octubre de 1982, un exultante Alfonso Guerra soltó aquello de «vamos a dejar España que no la reconocerá ni la madre que la parió». Desde entonces, bajo diferentes gobiernos nacionales y autonómicos de distintos colores, ... el país ha cambiado bastante, aunque quizá sea más correcto afirmar que, subido al tren del desarrollo tecnológico de la era digital, se ha modernizado. Pero en idiosincrasia, hábitos y costumbres de los españoles, lo que se dice cambiar, más bien poco. En cambio, un mes de epidemia viral ha bastado para dejar una España irreconocible.
No sé qué cambio pretendería Guerra, pero seguro que no incluía la desaparición de aficiones, adicciones y tradiciones tan profundamente arraigadas como el fútbol o los toros, las procesiones, los espectáculos, las comuniones, las fiestas, festivales y festejos, las terrazas, el besuqueo, el paseo y el tapeo. Quién le iba a decir al eterno número dos que conocería su Sevilla sin Semana Santa, a Valencia sin Fallas o a Pamplona sin sanfermines. Ni 'jarto'0 de fino en aquella eufórica noche electoral podría imaginar una España de fábricas, comercios, tiendas, bares, restaurantes, oficinas, delegaciones, consultorios y juzgados trincados indefinidamente, con la gente recluida por decreto en casa, tan atemorizada que algunos no van ni a urgencias por miedo a enfermar, y con una sociedad convertida en una surrealista amalgama de colectivos heroicos aplaudiéndose unos a otros mientras los más venerables mueren como chinches en el olvido, la soledad y la frialdad de la morgue estadística.
Quien fuera uno de los refundadores del PSOE que abjuró del marxismo por una socialdemocracia pragmática y moderna tampoco sospecharía en 1982 que un día los socialistas, enemigos acérrimos de los comunistas (no los quisieron ni estando en minoría), se embarcarían con ellos en un gobierno bicéfalo a la deriva totalitaria, autocalificado de «progresista» pero que coarta a la prensa no afín, engaña a la opinión pública, censura a la publicada y manipula a la encuestada, interviene los mercados, no tolera la crítica ni soporta la oposición, odia a la derecha, sueña con planificar la economía, nacionalizar las 35 del IBEX y expropiar la propiedad privada, se apoya en separatistas sediciosos y bilduetarras, quiere cargarse «el régimen del 78» y reprime derechos y libertades abusando del estado de alarma con la nefanda «ley mordaza» del PP que prometieron derogar cuando lo echaron.
Cuarenta años después de la foto de Felipe y Alfonso cogidos de la mano, celebrando desde una ventana del hotel Palace la mayoría absoluta (con el voto de un servidor), es al PSOE al que hoy no reconocería ni la madre que lo parió. De poner España patas arriba ya se ha encargado otro bicho.
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