El Plan de Impulso al Sector Turístico que ayer expuso el presidente Sánchez busca movilizar 4.262 millones de euros para su reactivación, tratando de atajar los problemas derivados de la brusca caída del negocio a causa del COVID-19 para afrontar, al mismo tiempo, retos pendientes con anterioridad en cuanto a su competitividad, la digitalización y el 'turismo inteligente'. Las líneas de acción recogidas en el Plan son imprescindibles, pero no parecen suficientes para reflotar un sector que antes de la pandemia representaba más del 12% del PIB español. El erario de nuestro país no está en condiciones de inyectar el dinero que las empresas turísticas requerirían frente a tan inesperada debacle. De hecho el Gobierno no se compromete a aportar más que el 10% de la cuantía a movilizar. La dotación preferente de 2.500 millones en avales del ICO para las empresas turísticas conlleva un endeudamiento por parte de éstas al que difícilmente podrán hacer frente si no se disipan los riesgos del coronavirus durante 2020.
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El momento en que se anuncian las demás ayudas que contempla el Plan, en puertas del verano, junto al interrogante añadido de cuándo podrían liberarse las partidas correspondientes, ha dejado al sector del turismo un tanto frío. El temor a que la vigencia de los actuales ERTE venza en una semana, y que su continuidad quede sujeta en todo caso a un incremento de las cargas empresariales explica la atonía con que establecimientos hoteleros, de restauración, agencias de viajes y medios de transporte de viajeros están reaccionando ante el inminente pase a la 'nueva normalidad'. Porque lo que se atisba de fondo es la ineludible reconversión del sector del turismo en su conjunto y de cada una de las actividades empresariales que lo conforman.
Era el momento de que el Gobierno central, las administraciones autonómicas y los ayuntamientos se dispusieran a salvar en lo posible el 2020 turístico, aun a sabiendas de que el sector tiene pendientes desafíos estratégicos que no conviene mezclar con las urgencias actuales. Porque si el presente ejercicio resulta calamitoso, y sus consecuencias se arrastran durante la primera parte de 2021, no será fácil crecer en competitividad, digitalización e inteligencia. Si los españoles se retraen al planear sus vacaciones, es lógico que así lo haga también el resto de los europeos. Si en el ánimo ciudadano prima el turismo nacional, solo la demostración de que es seguro podrá atraer a los extranjeros.
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