Venimos de unos meses en los que hemos visto moverse la luz en el interior de nuestras casas. En tiempo real. Amanecer y atardecer en cada habitación, de ángulo a ángulo. Ver deslizarse la franja que arrastraba reflejos y sombras en una proyección distinta a ... cada instante. Con velocidad variable. Sobre la pantalla de las paredes. Sobre los muebles, los libros, las plantas. Sobre nosotros mismos, habitantes cautivos del domicilio. Rutinas de la luz que nunca habíamos peritado en continuidad. Pero que es al hacerlo, a veces por la razón más insospechada –y es el caso–, cuando te das cuenta de cómo la luz explica el drama. Mejor dicho: es el drama. Que trata siempre de un mismo asunto: el viaje desde la aurora hasta el crepúsculo. En lo material y en lo anímico. El arquitecto José Miguel León hablaba hace poco en su blog (laciudadvisitada.blogspot.com) de las 'casas del alma'. La que fuera primera representación escultórica, podría decirse, de una vivienda; como realizada en un impresora '3-D' de barro o de arcilla, ingeniada hace milenios por las culturas egipcia y mesopotámica. Una maqueta a escala, con todas sus dependencias y caracteres, de una residencia para la eternidad: esa noche a la que conviene mudarse con la hacienda y los bienes tasados y suficientemente descritos. Sin duda, el confinamiento ha agudizado esa percepción anímica de la casa y del tiempo, inmersos como hemos estado en la tarea, única en muchos sentidos, de llegar al final del día. Para reamanecer al siguiente. Yo les animo a que este verano amplíen el arco de la experiencia que supone ligar el tiempo de la existencia de los seres y de las cosas al de la luz –su curso, su vibración, su histórico– llegándose hasta la calle Lavadero en Viniegra de Abajo e internándose en las estancias de la Casa Bernáldez, el espacio que Viniegra Asociación de Cultura y Arte (VACA) ha elegido como razón de su iniciativa y fin. Una razón múltiple: social, arquitectónica, familiar estética, vital. Pablo Bernáldez lo explica mejor, cuando recibe al visitante en su zaguán, acceso a un hueco en el que respiran y laten ciento cincuenta años de resistencia. Y preámbulo del extraordinario y delicadísimo retablo que Pachi Gestal ha distribuido en sus interiores con el título de Las horas de luz. No se trata de una exposición al uso. Sino de un viaje, literal, que el visitante habrá de verificar. De una emoción. Tras otra. De un teatro de la memoria filtrado por la luz del día: la que tengas el día en que la visites. Y si la revisitas con otra hora de luz, el viaje será muy otro. Ninguna es mejor: la casa se muestra distinta. Pachi, trabajando a favor de la originalidad del lugar, no altera ni un solo fotón de los que flotan en el ambiente, limitándose –esa es la cualidad de lo artístico, dar con el límite y obrar en su canto– a evocar las labores y mesteres, tan domésticos como universales, que sustentaron la Casa Bernáldez. Su último uso –quién podía imaginarlo hace un siglo y medio, que gran triunfo, por tanto– es poético. Sin subrayados, ni nostalgia ni tópicos, sino con transversalidad artística, libertad plástica absoluta en incluso un punto de ironía y humor; con una mirada, en fin, la de Pachi, propia del espectador que a través del arte contemporáneo ha concluido en el aprecio de los materiales básicos, del valor de su pobreza y humildad: la piedra, la madera, la tierra, en sus mil formas caprichosas –que el artista atesora y reubica–, bien naturales o artesanales. Cada comedor, cada cuadra, cada troje, cada habitáculo principal o de servicio resulta una escena. Y una idea. Sobre la planta baja de la gran casa del pasado. Del que nos separan horas de luz. Y Pachi 'amuebla' con lo mínimo; lo que consigue que cada una de sus intervenciones, discretas, pegadas a la pie del contenedor, logre, en cambio, una extraordinaria expansión sensorial, anímica. Y lo hace como una extensión de lo que él denomina 'ropa vieja', tendida en el otoño pasado en otro espacio latente, la ermita de Lomos de Orios. Objetos encontrados –algunos en la propia Casa– o manufacturados. Preciosos en su singularidad y mecanismo. Cuya colocación no pretende llenar un vacío, desvirtuándolo, sino hacerse acreedor de él. Las horas de luz, en Casa Bernáldez, es de la excursiones más provechosas para el alma que pueden hacer estos días.
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