La Universidad de La Rioja avanza desde ayer con nuevo guion y bajo nueva mano, la de Juan Carlos Ayala, en la construcción del «proyecto común» que, como el recién investido rector, ya reivindicaron sucesivamente cada uno de sus cinco antecesores en el cargo. Un proyecto común e inacabable de institución pública de educación superior con legítimas aspiraciones para ser el motor económico, social y cultural de la región. Una pretensión a la que la sociedad riojana y su Administración deben corresponder con su apoyo material, pero también con exigencia en forma de transferencia de resultados. No son buenos los tiempos que saludan la llegada del equipo de gobierno de la Universidad. Tan inciertos como inabarcables los retos que Ayala apuntó en su agenda de trabajo: internacionalización, digitalización, rejuvenecimiento de plantillas, implantación de nuevas titulaciones acordes con la demanda social e impulso a la investigación y la innovación. Un abanico tan amplio que exigirá, como sugirió el novel rector, generosas inversiones. Ese capítulo tan incómodo para el que pide como para el que debería dar, el Gobierno regional. Ese capítulo por el que ya pasaron los antecesores de Juan Carlos Ayala y que ya escucharon quienes precedieron a Concha Andreu en el palacete de Vara de Rey.
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