A quien Dios no le da inteligencia natural, los ingenieros le dan la artificial. Póngame kilo y cuarto, por favor. Qué maravilla. Ya la podían haber inventado antes, cuando estaba en el colegio y tenía que hacer más trabajos que Hércules. Aunque aún puedo sacarle ... partido: a lo mejor, si introduzco las palabras 'carretera', 'periplo' y 'calor', el programa me escribe las crónicas del próximo verano mientras yo paso agosto hecha una sirenita en mi playa. Total, no creo que mis señoritos noten mucha diferencia.

Publicidad

La pena es que la inteligencia, cualquiera que sea su tipo, no se aplique en aquellas cuestiones en las que hace más falta. En la política, por ejemplo. Que vamos a dos repúblicas bolivarianas y a tres golpes de estado por día. Acabáramos. Es el problema de las palabras: al ser gratis, parece que no importan. Y sí importan, y mucho, tanto que constituyen la única forma de comunicarse, de construir un discurso y de poder rebatir el del otro con argumentos. Pero, como las tratan sin ningún respeto, y las roen hasta desgastarlas, o las afilan hasta convertirlas en puntas de flecha, acabamos desconfiando porque sabemos que todo va a quedar reducido al enfrentamiento, al estómago, al desbarre visceral y a llevarse la contraria: tú blanco, yo negro; tú a Boston, yo a California. Qué hartura.

Por eso, porque la inteligencia natural ni está ni se la espera, podríamos meter en un programa de inteligencia artificial los términos 'paro', 'corrupción', 'crispación', 'cambio climático', 'violencia de género' y 'desigualdad social', a ver si sale alguna solución para tanto drama. Aunque lo mismo le pregunto en qué número va a caer el Gordo mañana. Me renta más, que dicen los modernos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad