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En una comparecencia ante la prensa, Pedro Sánchez calificó con indisimulado regodeo de «inquietantes, que nos perturban a todos» las informaciones sobre el presunto cobro de «comisiones» del ex rey Juan Carlos —eso de «rey emérito» no existe en nuestro ordenamiento— por la construcción del ... famoso «AVE a La Meca» (o a Medina, si se toma en dirección contraria). Yo creía que las comisiones eran sobornos de las constructoras a los gobernantes que conceden la realización de los trabajos, rollo Pujol, no de estos a los del país originario de las empresas pero, en fin, a lo que voy.
A mí no me inquieta ni perturba que el entonces Jefe del Estado recibiera generosas donaciones de su entrañable e inmensamente rico primo déspota saudí (eso dicen ellos que fue), ni que hiciera con la pasta lo que le diese la real barragana. Más me incomodan y desconciertan cosas como que nuestro inquieto perturbado presidente demostrara su falta de integridad académica —preludiando la absoluta de la que hoy hace gala— plagiando su tesis doctoral, y que en la moción de censura que lo colocó alabase la «decencia» de los ministros alemanes de Defensa y Educación que dimitieron cuando los pillaron copiando en sus trabajos académicos. O que antes de las últimas elecciones generales le soltara a un periodista: «Si quiere lo digo cinco veces o veinte durante la entrevista. Con Bildu, se lo repito, no vamos a pactar» y lo hiciera pocos meses después para derogar la reforma laboral. O que después de las elecciones de mayo de 2019 asegurase que no habría coalición con Unidas Podemos porque significaría dos gobiernos y porque Iglesias le quitaba el sueño y al día siguiente de las de noviembre le dio una vicepresidencia con bonus de ministra para su mujer oficial. O, en fin, que declarase «no voy a permitir que la gobernabilidad de España descanse en partidos independentistas» y se mantenga en el poder gracias a sus apoyos.
A diferencia de este mentiroso sistemático, don Juan Carlos tuvo la dignidad de reconocer sus errores, pedir perdón y dimitir, que eso es una abdicación, y, a pesar de sus negocios, amantes, cacerías y amistades peligrosas, ocupará un lugar preeminente en la historia de España. Este ilustre anciano retirado y abandonado por todos en la recta final de su novelesca existencia, no me inquieta ni perturba como el aferramiento al poder de un presidente de gobierno indecente según su propio criterio, y de un vicepresidente antisistema falsario y desleal cuyas donaciones de entrañables amigos déspotas ayatolás y bolivarianos y cuyos líos de faldas me importan lo mismo que los de el viejo rey caído del que pretende hacer leña para quemar la monarquía constitucional, al que no le llega ni al alza del zapato.
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