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Un olvido lo tenemos todos. Los míos hace tiempo que dejé de contabilizarlos para no lacerarme e intuyo que el catálogo de los sufridos por usted tampoco será escaso. Es lo que tiene estar supeditado a la dictadura de la mala memoria, la acumulación de ... tareas o la probabilidad de sufrir un descuido por mucho que uno ponga empeño en recordar sus deberes. Raquel Romero también ha tenido su propio desliz. En la última actualización de la declaración de bienes a la que están obligados los miembros del Consejo de Gobierno, no hizo constar que se ha comprado un piso. El despiste, sin embargo, no es análogo al de tantos que pueda cometer cualquier ciudadano de a pie. Entre otras razones, porque como el resto de consejeros que también reciben un generoso salario público es imperativo hacer constar la adquisición y, además, entre las atribuciones de su cartera está velar por la transparencia del Ejecutivo al que pertenece. Romero ha subsanado el error en cuanto la prensa lo ha desvelado, no sin cuestionar al mensajero y despacharse con un batiburrillo de excusas y sospechas persecutorias para minimizar el episodio y el rigor exigible. El alcance del fallo no está en el quién, sino en el qué. La prueba es tan sencilla como cambiar el sujeto de la oración. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiera protagonizado otro alto cargo de otro partido cuyo voto no es vital para el Gobierno? Quizá así Concha Andreu no lo hubiera interpretado como algo anecdótico aunque goloso (sic) para periodistas de colores. Lo único que de verdad no se puede olvidar es la medida de las cosas. Y de las casas.
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