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En el segundo libro de La República, Platón, además de intentar sentar las bases de la definición de justicia, avanza una explicación acerca del origen y las funciones que debe ostentar cualquier Estado que se precie. En su opinión, las ciudades-estado son fruto de ... la necesidad o, mejor, de la imposibilidad de que un solo hombre sea capaz de satisfacer adecuadamente sus propias necesidades. Este fracaso provoca la cohabitación entre iguales y el establecimiento de una agenda común entre los cuatro o cinco hombres llamados a formar parte de este proyecto embrionario que, si nadie lo impide, crecerá y crecerá hasta convertirse en una urbe con miles de habitantes. Independientemente del tamaño que pudieran llegar a alcanzar, Platón señalaba que todas las polis se originaban del mismo modo, es decir, a través de la asociación de cuatro profesionales, a saber: labrador, albañil, tejedor y zapatero.
Desconocemos el impacto, la influencia o el grado de seguimiento que esta obra obtuvo entre los responsables de las comunidades utópicas que algunos ciudadanos bienintencionados pusieron en marcha a lo largo de los siglos XIX y XX en distintos lugares de Norteamérica y Europa. Sin embargo, sabemos de la existencia de la minúscula sociedad que se constituyó en un remoto rincón del Duero portugués a resultas de la entrada en servicio de la línea férrea diseñada para unir la ciudad de Oporto con Barca d'Alva y la frontera española. El enclave, constituido alrededor de la estación de Castelo Melhor, fue pensado inicialmente para atender las demandas de los usuarios del servicio y de la dotación encargada de mantener la línea. Sabemos que se edificaron cinco viviendas, actualmente en ruinas, para alojar a empleados y familiares. La primera de ellas, la correspondiente al jefe de estación, se levantó alrededor de 1887, en vísperas de la inauguración del tramo. Tras ella vinieron la del guarda-agujas y la del peón responsable del mantenimiento del trazado. Las últimas fueron, probablemente, la del barquero, encargado de gobernar el esquife que trasladaba los pasajeros de una a otra orilla, y la del tabernero. A pesar de contar con huerto propio, ninguna disponía de agua corriente o electricidad.
Hasta aquí llegan los pocos datos que hemos podido reunir. Resulta difícil imaginar cómo discurrieron las esforzadas vidas de las personas que las circunstancias o el destino condujeron a este lugar. Nadie se tomó la molestia de escuchar sus testimonios, transcribir sus palabras o atestiguar su presencia. De lo que no cabe ninguna duda es de que sus existencias estuvieron muy alejadas de los fines y buenos propósitos imaginados por Platón. A pesar del silencio y el anonimato que las rodeó, las suyas fueron, seguramente, mucho más prosaicas, humanas y felices que las de los idealistas seducidos por la ingeniería social o las promesas de unos embaucadores.
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