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Al sur de Nápoles, a menos de un centenar de kilómetros de la capital de la Campania, y anexo al yacimiento arqueológico de Paestum, existe un museo que guarda un pequeño tesoro. Entrando por la puerta principal y girando a la izquierda, aparece una sala ... acristalada en la que se exhibe un sepulcro o cámara mortuoria policromada fechada en el siglo V antes de Cristo que fue desenterrada muy cerca del lugar en el que ahora reposa. Los conservadores encargados de su custodia decidieron que lo más adecuado para apreciar en detalle los frescos que decoraban sus cuatro paredes interiores y la losa que cerraba el conjunto era despiezarla. Así es como se muestra al público, desmontada en cinco piezas colocadas sobre otros tantos soportes. Las escenas representadas en cuatro de las cinco losas de piedra calcárea no son parte de una secuencia, no son correlativas en el tiempo, forman un todo: diferentes momentos de un simposio, de una reunión de amigos congregados en torno a la mesa y al vino. Las representaciones más interesantes son las que aparecen en los paneles laterales, los más largos. En cada uno de ellos figuran cinco personajes masculinos en distintas actitudes que conversan, escuchan o interpretan música, se acarician o juegan al kottabos.
La imagen más maravillosa, la más sorprendente de la tumba, ocupa la superficie de la quinta lastra, la superior, y no guarda ninguna relación con el resto porque reproduce la imagen de un tuffatore, un saltador o clavadista a punto de zambullirse en el agua. Se trata de un joven desnudo, suspendido en el aire, en medio del vacío, con el cuerpo en tensión, labios fruncidos, cabeza erguida y mirada al frente. Su silueta ocre y vulnerable, enmarcada por dos pequeños árboles, se recorta sobre un fondo de color blanco roto...
El significado y alcance de il tuffatore es motivo de controversia desde el año 1968, fecha de su descubrimiento. Algunos especulan con la posibilidad de que se trate de la sepultura de un atleta; otros señalan que nos encontramos ante una alegoría de las doctrinas popularizadas por el orfismo o que es un compendio de los valores y virtudes admiradas por los griegos. De lo que no hay ninguna duda es que el encanto que irradia la imagen es irresistible porque es mundano y místico a la vez. La dolorosa fragilidad de su protagonista y la fugacidad del momento representado resultan particularmente conmovedoras porque nos interpelan y confirman que entre la vida y el más allá hay un fino velo que, como en el caso del destinatario de las pinturas, puede rasgarse en cualquier momento. Porque nos demuestran que los hombres y mujeres que existieron hace 25 siglos tenían las mismas inquietudes y albergaban los mismos sentimientos que nosotros. O porque ante la inevitabilidad de nuestro destino no nos queda otra que perseguir el éxtasis que, en ocasiones, experimentamos todos los seres vivos y que, en nuestro caso, ahora y también entonces, obtenemos a través de la amistad, la contemplación de la belleza, la música, el amor, la conversación, la comida y el vino. Como decían los latinos: dum spiro, spero.
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