Secciones
Servicios
Destacamos
Algunas veces me pregunto retóricamente por el valor real de esta y otras columnas, por la vigencia de las mismas o los efectos que causarán en quienes las leen. Imagino, aunque reconozco que es imposible saberlo, que serán prácticamente irrelevantes, entre pocos y ninguno. A ... pesar de ello, sigo adelante redactándolas y rompiéndome la cabeza para encontrar asuntos y cuestiones que sean medianamente interesantes y, por qué no, atractivas para quienes reservan un par de minutos a su lectura. ¿Por qué lo hago? ¿Dónde encuentro la motivación para producir una columna cada quince días y cumplir religiosamente con el compromiso adquirido con uno de los redactores de este diario?
A lo largo de los tres o cuatro últimos meses, he conseguido elaborar tres posibles explicaciones que, lejos de excluirse, se complementan y que, además, resultan bastante convincentes. Como jamás he hablado de ello con mis colegas, no tengo ni la más remota idea de lo que pensarán al respecto, pero a mí, eso lo tengo muy claro, me valen. Vamos con ellas.
La primera razón, además de ser más prosaica y superficial que las otras dos, es también la más inmediata. Y es que escribir constituye una excelente manera de mantener ocupada la mente, de entretener el tiempo y, al mismo tiempo, de saberse productivo. Los desvelos y las horas invertidas en la redacción y preparación de cualquiera de estos textos tal vez no rindan lo suficiente desde el punto de vista económico, pero sí lo hacen a nivel simbólico, mediante el reconocimiento social obtenido a través de su publicación.
Por otra parte, y aunque pueda sonar extraño, la redacción de algunas columnas tiene efectos terapéuticos porque permite compartir abiertamente reflexiones que a lo mejor y por pudor no me atrevería a expresar en privado. Es, por decirlo de otro modo, un confesionario; una forma de exorcizar los demonios personales, de airear y dar voz a lo que me inquieta; de explicarme a mí mismo frente a los otros, frente a un grupo de interlocutores indiferenciado y desconocido al que no debo rendir cuentas.
Finalmente, tengo la impresión de que cada colaboración es como una cápsula de tiempo, como una de esas cajas herméticas en las que se depositan mensajes y objetos cotidianos y que posteriormente se entierran u ocultan bajo tierra en los cimientos de un edificio para que alguien los encuentre en el futuro. O como el mensaje encerrado en una botella que se arroja al mar desde una costa desierta sin saber si alguien alguna vez lo leerá. Esta fantasía, a la que vuelvo recurrentemente, me hace albergar la esperanza de que es posible, remotamente posible, que esa caja o esa botella encuentren un destinatario, alguien que las abra y hurgue en su interior para excarcelar y descubrir su contenido. Vanidad, pura vanidad aplazada sine die.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.