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Llevo décadas siendo testigo de un fenómeno al que nadie, que yo sepa, ha prestado la atención que se merece y que resulta difícil de entender si pensamos en los ríos de tinta y en los debates ad infinitum que ha generado y sigue generando, ... amnistía mediante, el modelo territorial de este país. La anomalía a la que me refiero y que constituye uno de los ingredientes fundamentales de las entrañables fechas que estamos a punto de volver a vivir no es otro que la celebración de los sorteos que la Sociedad Estatal Loterías y Apuestas ha programado para el viernes 22 de diciembre, extraordinario de Navidad, y sábado 6 de enero del año entrante, extraordinario de El Niño. Pues bien, la agencia que se encarga de estos menesteres, una entidad pública dependiente de la Dirección General de Patrimonio y del Ministerio de Hacienda, no sólo se ha mantenido al margen de cualquier disputa autonómica, sino que, además, y hasta donde yo sé, nunca nadie ha osado discutir sus atribuciones, competencias, titularidad, estatus o indivisibilidad. La lotería, pese a quien pese, sigue siendo una, grande y... central.
El aspecto más chocante de esta realidad no es que esta organización se halle implantada o cuente con centenares de administraciones por toda la Península, que es lo lógico, o que los compradores de décimos se cuenten por millones. Ni que su ánimo, año tras año, ejercicio tras ejercicio, sea inmune al desaliento. No. Lo asombroso es que ninguna de las nacionalidades históricas, ni vascos, ni catalanes, ni gallegos haya reivindicado la creación de organismos propios, la disolución/segregación de este modelo monopolístico y opresor o su parte alícuota del botín. Ignoro qué pensarán Andoni Ortuzar, Arnaldo Otegui, Pere Aragonès o el señor Puigdemont al respecto, pero sospecho que hasta ellos y la mayoría de los miembros de los partidos que acaudillan, llegada la ocasión y dejando a un lado sus escrúpulos y sectarismos, contribuyen a engordar su cuenta de resultados. ¿Quién es capaz de resistirse a los encantos de esta vaca sagrada o, mejor, de este becerro de oro que jamás se ha dignado en ocultar su centralismo?
Los nacionalistas periféricos pueden ser todo lo patriotas que queramos, pero no son tontos. No lo bastante como para renunciar a la remota posibilidad de multiplicar sus ingresos a través de la adquisición de una participación de lotería. Al final, todo se reduce a una mera cuestión de codicia, una codicia que, a la postre, constituye una de las secuelas de la naturaleza humana y que es superior o pesa más que la coherencia, las convicciones políticas o la construcción nacional. Así y todo, no perdamos la esperanza porque es muy posible que el país que, a lo largo de las décadas, ha sido capaz de jugar unido intercambiando décimos a través de las trincheras ideológicas, sociales, religiosas o territoriales, siga permaneciendo unido.
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