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Entre los diversos tratados a los que recurre y en los que se inspira la cosmología hindú para describir el mundo físico, existe uno que ... sostiene que la superficie terrestre, el planeta que habitamos tiene aspecto o guarda semejanza con un disco más o menos plano. La misma fuente asegura que en el centro geográfico del mismo se alza una montaña prodigiosa llamada Meru y que a su alrededor, como si se tratara de las ondas que forma una piedra al ser arrojada a un estanque, se suceden ocho cordilleras concéntricas separadas por otros tantos océanos.
Como es fácil de imaginar, esta representación ha dado lugar a toda clase de especulaciones, teorías y leyendas. Una de las más populares asegura que, entre todos los seres que constituyen nuestra especie, hay hombres cuyo destino o cuya mayor ambición en esta vida consiste en ascender, uno tras otro, los picos que forman parte de las cadenas y sierras exteriores. Cuando hacen esa elección ignoran que el suyo es un camino tortuoso, poco frecuentado, repleto de incertidumbre y privaciones y al que, probablemente, tendrán que enfrentarse solos. Otros, por el contrario, ponen todo su empeño y concentran sus energías en un único propósito: hollar la cima central, la más alta y venerada de todas. Para lograrlo, no dudan en seguir la ruta abierta por sus predecesores o en establecer alianzas con quienes se encuentran en su misma situación con el fin de acelerar los avances, combatirla soledad o aliviar la espera y la frustración.
Cuando vuelvo la vista atrás y analizo el pasado, mi pasado, siento que me parezco mucho más a los primeros que a los segundos, que la vida que he vivido guarda mucha más semejanza con la de los diletantes que recorren las cumbres a las que me refería más arriba que con la de los que prefieren la progresión lineal. Sin embargo, y con la perspectiva que dan los años, a veces se me ocurre fantasear con lo que podría haber sucedido si, en lugar de tomar el rumbo que me ha traído hasta el lugar en el que ahora me encuentro, hubiese tomado el otro derrotero. A lo mejor me hubiera ido mejor consagrando todo mi tiempo y todos mis esfuerzos a hacer lo que ellos embarcándome en un proyecto ambicioso y absorbente, un proyecto capaz de anestesiar cualquier inquietud o titubeo. Por fortuna, nunca llegaré a saberlo. Con todo, de sobra sé que, a estas alturas, no hay vuelta atrás y que es igual de absurdo mostrar arrepentimiento por las oportunidades perdidas que intentar desandar lo andado.
Frente a estas evidencias, me consuela pensar que la supuesta meta que nos autoimponemos y nos empeñamos en alcanzar para que todo cuanto sucede cobre algún significado no se encuentra al final de ningún sendero ni en lo alto de una montaña. La única meta verdadera es o está en el viaje que emprendemos al nacer y que concluye con la muerte.
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