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Cada vez que pienso en el futuro cercano, en cómo será el mundo dentro de 100 o 200 años, también me pregunto por la percepción o el modo en el que los que vivan o sobrevivan entonces juzgarán a nuestra generación, a los hombres y ... mujeres del siglo XXI. Esta inquietud está asociada al hecho de que, en mi opinión, las razones para ser moderadamente optimistas y albergar esperanzas sobre la viabilidad de establecer un mundo mejor o más justo que el ahora existente van evaporándose una tras otra. De sobra sé que se trata de pensamientos oscuros, muy oscuros, pero creo que son inevitables ante los acontecimientos que se suceden día tras día y la incapacidad o falta de voluntad que estamos demostrando al tratar de solucionar los desafíos a los que nos enfrentamos.

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