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Esas fueron las palabras que, al parecer, pronunció Goethe antes de morir. A día de hoy, nadie sabe a ciencia a qué luz estaba aludiendo. Algunos creen que se refería a la luz que, metafóricamente, emana de la razón y contribuye a disipar las tinieblas ... o la ignorancia que enturbia el entendimiento humano. Otros, los más escépticos, sostienen que durante la agonía que precedió a su muerte sufrió un trastorno relativamente común entre las personas que se encuentran en ese mismo estado y que puede manifestarse a través de alteraciones de conciencia, disnea, agitación motora o ceguera.
Sea como fuere, no tengo ninguna intención de alargarme sobre este asunto ni de amargar la mañana a los lectores. Mi propósito, una vez más, es trasladar o comunicar un asombro, una fascinación: la que experimento cada vez que, al franquear el umbral de un templo, contemplo la constelación de luces que brillan y titilan en la penumbra y que, en la mayor parte de las ocasiones, proceden de las bujías, cirios y luminarias que los sacristanes despliegan por el interior del recinto sagrado. Esta sensación se agudiza en las iglesias que obedecen al rito ortodoxo. Los fieles que profesan esta fe son muy dados a encender velas, lo hacen a todas horas y en gran número porque, entre otras razones, no hay artefactos eléctricos que las reemplacen y tampoco se venden por unidades sino por haces, manojos o como quiera que se diga. Tras su adquisición, se dirigen al soporte metálico habilitado al efecto y proceden a encenderlas y plantarlas, una tras otra, en una bandeja cubierta de arena. Además, las velas empleadas en esta tradición religiosa jamás se elaboran con parafina, como ocurre por estos lares, sino con cera pura de abeja, una cera que, en muchas ocasiones, procede de colmenas consagradas y pertenecientes al clero.
¿Qué simbolismo se oculta tras el resplandor de estas velas y el hábito de encenderlas? Para la Iglesia y su catálogo de significados y equivalencias no hay una interpretación única o canónica. Esa luz lo mismo representa la fe y la esperanza en Cristo que el sacrificio o la oración, por poner algunos ejemplos. Sin embargo, tengo la convicción de que el simbolismo que se oculta tras esas luces nos interpela y es mucho más poderoso que lo que se nos quiere hacer. En realidad, esas luces nos representan a nosotros y a nuestras vidas. Nosotros, como ellas, surgimos de una oscuridad y un vacío insondables, aparecemos en medio de la nada y, tras algunos relampagueos, comenzamos a brillar y resplandecer con intensidad hasta que, poco a poco, el combustible que nos alimentaba comienza a agotarse hasta conducirnos a la extinción y a la oscuridad de la que salimos. Al cabo, somos igual que esas pavesas que desprenden las hogueras y que tras flotar unos instantes antes nuestros ojos se extinguen y desaparecen como si nunca hubieran existido.
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