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No sé exactamente si debería considerarme o autodefinirme como un hombre de papel o uno de tinta. En realidad, no hay mucha diferencia entre ser una u otra cosa. De lo que no albergo ninguna duda es de que toda mi vida ha estado ligada ... al papel y a la letra impresa a través de certificados, facturas, títulos académicos, documentos notariales, formularios, apuntes, boletines de notas, mapas, instancias, contratos, fotografías, cartas, notificaciones, folletos, borradores, periódicos, revistas y libros, montañas de libros.
La primera vez que fui consciente de esta circunstancia fue a principios de la década de los 80, en 1982 para ser exactos, a través de la lectura de una revista de cómics llamada Vértigo que venía a ser la versión abreviada y traducida del Pilote francés. Los cuatro primeros números de esta publicación contenían una historieta firmada por el dibujante italiano Milo Manara que llevaba el mismo título que esta columna, solo que en singular, y en la que una india sioux utilizaba ese calificativo para referirse al principal protagonista de la acción. Fue así, a través de un papel impreso en cuatricromía, como descubrí que no era diferente de él, que mi condición y mi destino estaban unidos a ese material fabricado con celulosa que, aunque todavía era incapaz de saberlo, me iba a acompañar de por vida.
Los libros, sobre todo los libros, han sido mis grandes compañeros, los que me han consolado, alimentado, inspirado, entretenido, sorprendido y aconsejado. A través de ellos he conocido el mundo, a los demás y a mí mismo. Con ellos he crecido, madurado y envejecido, al igual que Borges que, en cierta ocasión, escribió: «Mis libros (que no saben que yo existo) son tan parte de mi como este rostro de sienes grises y de grises ojos». Quiero imaginar que cada vez que contemplaba su biblioteca se veía reflejado en ella, en todos y cada uno de los volúmenes que reposaban en sus estanterías. Todo lo que un día fue, lo que era y lo que aspiraba a ser. Frente a él, cuidadosamente ordenados, reposaba todo su mundo, un mundo poblado de sueños, proyectos, inquietudes, pasiones, obsesiones, intereses y manías pasadas y presentes.
Afortunadamente, todavía quedamos muchos hombres y mujeres de papel. Sin embargo, nos acecha un futuro poco halagüeño y plagado de amenazas. Por un lado, la inevitable y desalmada digitalización, la abolición del sistema con el que crecimos y nos convertimos en lo que ahora somos. Por otro, la dificultad de legar, de garantizar la supervivencia o evitar la desintegración de unas bibliotecas que, a pesar de ser el fruto de una vida de amor, expectación, voluntad, sacrificio y deseo, no importan a nadie. ¿Qué será de los cientos o miles de ejemplares que las integran? ¿Quién les garantizará la dignidad que merecen? ¿Dónde irán a parar cuando no estemos?
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