A lo mejor son figuraciones mías, pero tengo la impresión de que, de un tiempo a esta parte, las secciones de no ficción de las librerías rebosan de ensayos y trabajos de investigación protagonizados o consagrados a las mujeres que, a pesar de sus logros, ... no suscitaron ninguna curiosidad en su momento y tampoco obtuvieron el reconocimiento que merecían por parte de sus contemporáneos. Muchos, la inmensa mayoría de los mismos, se limitan a glosar los méritos y la entrega de sus protagonistas y por consiguiente, sus contenidos suelen pecar de una afectación y un efectismo que nada tienen que envidiar a los que podemos encontrar en los relatos hagiográficos. Hasta ahí todo entra dentro de lo normal; lo que ya no lo es tanto es que muchos de los autores de estas obras forman parte del género masculino.
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A la hora de explicar este cambio de rumbo según el cual los hombres que tradicional y obsesivamente se habían dedicado a tratar sobre otros hombres han decidido consagrarse a esta novísima tarea se me ocurren algunas explicaciones. La primera tiene que ver con el hecho de que hoy en día, como todo el mundo sabe, el feminismo es tendencia y lo es en todos los ámbitos, incluido el editorial. Ante esta situación, y si lo que se desea es publicar, no cabe más alternativa que remar con la corriente acomodándose a lo que el mercado, las empresas del sector y el público demandan. No se trata, por tanto, de reparar una injusticia sino de incorporarse al mainstream y de producir títulos directa o vagamente relacionados con esta cuestión sin importar su calidad o el género de sus escritores.
Por otra parte, y en relación con lo que acabamos de señalar, es más que probable que el afán de notoriedad o visibilidad de algunos investigadores masculinos y sus esfuerzos por continuar gozando del favor de los lectores les haya hecho replantearse su trayectoria y animado a explorar territorios que, hasta hace bien poco, permanecían vírgenes. Esta conversión, en el caso de que se haya producido, es meramente cosmética, superficial y no es fruto ni de la convicción, ni de esa nueva masculinidad de la que tanto se habla. Al final, no se trata más que de una estrategia destinada a sobrevivir y a conservar su espacio o seguir produciendo.
Dicho todo esto, a lo mejor va siendo hora de que los ensayistas a los que nos referimos dejen de suplantar a las mujeres escribiendo en su nombre y en el de las que han sido silenciadas, ignoradas o arrinconadas por la historia. Igual ha llegado el momento de mostrar cierta contención, hacer voto de silencio o echarse a un lado para que sean ellas las que se expresen y representen a sí mismas o a las circunstancias de las que fueron víctimas. Algo semejante expresaba Cristina Fallarás en una reciente entrevista: «No estamos narradas las mujeres. Nos habían narrado los hombres, desde la Celestina a la Regenta, desde Julieta a Madame Bovary. ¿Quiénes somos? ¿En quiénes nos miramos para reconocernos?». Pues eso.
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