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Las aguas del archipiélago de Hawaii cuentan con una variedad de calamar de hábitos nocturnos conocido con el nombre científico de Euprymnascolopes que, entre otras ... cosas, se caracteriza por su diminuto tamaño y estar dotado de bioluminiscencia. Los órganos que la producen emiten una luz semejante a la que, durante la noche, reina en esas latitudes, lo que le permite camuflarse y escapar de los depredadores. Sin embargo, el aspecto más asombroso de esta criatura no reside en la herramienta descrita, sino en el hecho de que los ejemplares pertenecientes a este taxón sólo son capaces de desarrollarla si previamente han entrado en contacto con una bacteria llamada Aliivibrio fischeri. Ninguno de los calamares de esta especie la posee al nacer, deben hallarla y unirse simbióticamente a ella para poder dotarse de esta capacidad. Algo semejante sucede con los corales tropicales y unos microorganismos llamados zooxantellas o con los hongos del género Ophyocordyceps que colonizan y se alojan en el interior de diversas variedades de hormigas, avispas y orugas.
Los biólogos llevan años señalando que los animales superiores, humanos incluidos, no somos muy diferentes. La prueba la tenemos en que ninguno de nosotros es capaz de digerir los alimentos que engulle en ausencia de la flora que habita en nuestro tracto digestivo y que nos ha estado acompañando desde que nacimos. No solamente el 90% de las células que integran nuestro cuerpo son bacterias, sino que, como sostiene el biólogo Scott Gilbert, nuestro desarrollo es, en realidad, un codesarrollo puesto que, para que se produzca, debe contar con la participación de, al menos, la microbiota intestinal. Esta y otras evidencias han llevado a algunos científicos a subrayar la urgencia de superar el evolucionismo darwiniano porque los mecanismos a los que se acude (lucha por la existencia y supervivencia de los más aptos) no contemplan un elemento fundamental: que los vivientes que supuestamente los ponen en práctica no son, como se pensaba anteriormente, unidades individuales y autónomas sino holobiontes, es decir, seres complejos formados por la agregación de diferentes organismos.
Teorías aparte, resulta bastante inquietante o da un poco de miedo saber que somos los anfitriones o los administradores de una comunidad de vecinos formada por cientos o miles de millones de microorganismos, que nuestro anterior rebosa y alberga una miríada de criaturas que ni siquiera sabíamos que estaban allí y cuyas actividades e intenciones desconocemos. Pero, por otro lado, también podemos alegrarnos al pensar que la vida, la que late tanto dentro como fuera del género al que pertenecemos, sólo es posible a través o gracias a la cooperación y la convivencia entre especies que, a priori, se encuentran en extremos opuestos de la cadena y el árbol evolutivos. ¿Cuándo aprenderemos a hacerlo nosotros?
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