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Solemos olvidar que el mundo es un lugar peligroso, muy peligroso, que siempre lo ha sido y lo va a seguir siendo. Vivimos, hasta cierto punto, de espaldas a esa realidad tan incómoda porque en ello nos va la vida y la alegría de vivir. ... Si fuera al revés, si fuéramos plenamente conscientes de los riesgos y amenazas que nos acechan y a las que nos exponemos cada día perderíamos, probablemente, esa joie de vivre o gioia di vivere invocada en tantas ocasiones por franceses o italianos. Nuestras existencias se paralizarían o serían víctimas del miedo y la incertidumbre. Careceríamos de proyectos, no confiaríamos en el futuro y, probablemente, nos entregaríamos al fatalismo y a la desesperación.

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