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Cuando el hombre creó a los dioses a su misma imagen y semejanza, el mundo ya estaba ahí, a su alcance, pero al margen de sus deseos y su voluntad. Esta resistencia –la imposibilidad de controlar cuanto le rodeaba– y la conciencia de lo que ... eso suponía, se resolvieron dotando a los dioses de poderes sobrenaturales y dejando en manos de la providencia el gobierno de todo lo existente. Ya que nosotros carecíamos de la capacidad de doblegar a la realidad, qué menos que dejar que otros la dominaran en nuestro nombre y bajo su propia responsabilidad.
Muchos miles de años después, en un sorprendente giro argumental, los patriarcas y profetas de una oscura tribu medio-oriental tomaron la decisión de acabar con la fragmentación que hasta entonces había caracterizado al politeísmo pagano. El reparto de atribuciones y competencias entre iguales; el poder disperso, parcial, débil y blando fue sustituido por un poder absoluto y omnímodo ejercido por una única entidad que, con el transcurso del tiempo, acabó por amansarse y renunciar a la violencia truculenta e indiscriminada con la que inicialmente había sido concebido. A partir de entonces y durante muchos siglos, los únicos que siguieron fantaseando con la posibilidad de ejercer el control que le estaba reservado a Dios fueron los creadores y los artistas. Para lograr esa ilusión, no dudaron en idear universos propios y en miniatura, universos prêt-à-porter sometidos a exigencias o reglamentaciones propias y exclusivas. Universos concebidos a título individual, por auténticos genios de la pintura, la literatura, la música y el teatro.
Y en esto llegó la muerte de Dios y con ella la sensación de desamparo que acompaña al descubrimiento de que no hay nadie a los mandos y de que jamás lo habrá porque la naturaleza sigue empecinada en rebelarse contra el dominio de nuestra especie. Tal vez sea ésa la razón por la cual la humanidad actual se ha embarcado en un propósito colectivo, en un proyecto más o menos compartido como es el diseño y fabricación de un mundo paralelo, ajeno e independiente, que nos conceda la oportunidad de sortear o suplantar a la realidad material satisfaciendo todas nuestras demandas. Un mundo virtual y domesticado que sirva de refugio, ocasional o permanente, y que, a la vez, mejore, piratee y perfeccione las prestaciones de su rival analógico. Una vez que ingresemos en él –y estamos a punto de hacerlo–, las leyes de la física serán reemplazadas por los algoritmos matemáticos y los códigos fuente; la incertidumbre, el caos y la indeterminación por la certeza, la previsibilidad y el determinismo; las inteligencias orgánicas por las artificiales... Este grandioso proyecto no solamente está cargado de incertidumbres, sino que depende tanto de sus diseñadores como de las máquinas que lo harán posible. Si nosotros fuimos capaces de liberarnos del presunto creador, ¿qué harán ellas en el mismo caso?
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